¿Qué pasa? Semanario independiente
año 8, número 368 · Madrid, 16 enero 1971 · 20 páginas
La europeización de España
Por J. Ulibarri
Las emociones, sustos y disgustos de diciembre pasado no deben distraernos de la contemplación del verdadero centro de gravedad de la batalla que actualmente se desarrolla en España. Son superficiales como las olas del mar. El sustrato de nuestra actual situación política es otro, éste: tener una España española y católica, o bien una España europeizada, masónica y socialista. La alternativa en litigio es importante. Shakespeare repetiría ante ella: «To be or not to be. That is the question.»
En esta revista, número de 23-V-70, se reprodujo un artículo muy importante del profesor don Alvaro d’Ors, titulado «El equívoco del europeísmo», y cuya tesis central era ésta: "Que España se integra en tal o cual grupo económico, militar, técnico en fin, que abarque otros pueblos europeos, eso puede estar muy bien, -y no veo inconveniente en que quien puede conocer la conveniencia decida la integración. Pero a título de conveniencia, sin necesidad de «europeísmo». Y si la conveniencia está en acercarse a un grupo africano, americano o lo que sea, debe seguirse con tranquilidad. El mal no está en el hecho de una aproximación utilitaria, sino en la ideología mítica. (...) En el terreno de la ideología, España tiene razón y Europa no la tiene. Son ellos los que tienen que rectificar. No diremos que deban «españolizarse», pero sí que deben «cristianizarse». (...) Europeísmo, oro de mala ley, espejismo de oropel.”
Estas ideas, que suscribo plenamente, se publicaron originariamente en 1963, cuando ni se concebía ni se hubiera admitido fácilmente la apertura al Este, a los países comunistas. La «Esteificación» ha sido un fenómenos posterior, pero prolongación de la mentalidad «abierta» e izquierdosa de los europeizantes. Creo que cabe trasladar para su enjuiciamiento el criterio transcrito del profesor d'Ors sobre la europeización.
La realidad del año que acaba de terminar en que nuestra europeización ha seguido mitifcándose de tal manera que este morboso aspecto ha predominado patológicamente sobre el balance de las utilidades materiales concretas. El «slogan» del «nivel europeo» ha descendido a tópico chabacano, que es el lugar que verdaderamente le corresponde.
Pero he aquí que en el último mes del año 1970, el triunfalismo europeizante se encuentra súbita e inesperadamente, brutalmente desenmascarado ante el pueblo españo. No diré que ante las minorías de políticos y seguidores conspicuos del acontecer colectivo, porque todos éstos han visto siempre muy claramente el fenómeno desde sus respectivos puntps de vista, ideologías e intereses, por muy dispares que sean. Ha sido la masa del pueblo, poco atenta a la política, la que se llama por ahí el electorado neutro, la que de la noche a la mañana se ha enterado con estupor que Europa, nuestra novia, nos es profunda y extensamente hostial. Se ha enterado por los periódicos, que han publicado noticias tan sensacionales como la del saqueo de nuestra Embajada en Bruselas y que, extrañamente, ni las han ampliado con informaciones posteriores ni las han resaltado y comentado debidamente para ayudar a nuestro pueblo a comprender lo que finalmente, a fuerza de evidencia ha terminado por comprender él solito. Excepciones dignas de honrosa mención, con la crónica de París de Luis Calvo, en «ABC», de 5-XII,70, y el editorial del mismo diario valientemente rotulado «La Policía francesa no se entera».
El año 1970 ha terminado con un fenómeno político importante: el replanteamiento a escala popular, y quiera Dios que a más altos niveles también, del problema, en curso agudo, de la europeización de España. Replanteamiento que no es un planteamiento nuevo, sino una nueva presentación del primer, antiguo y único esquema, expuesto tempranamente en esta revista y en algunas otras, como «Boina Roja» y «Cruzado Español», que es el siguiente:
La unificación de Europa, su homogeinización, no es más que un escalón u objetivo intermedio de la vieja doctrina judaica de la unificación y homogeinización del mundo, presidida y regida por un supergobierno mundial judío. En lo económico va a un socialismo tecnocrático, y en lo político se remata con el espíritu del más puro liberalismo masónico, que se recoge inequívocamente, y por escrito, en el Tratado de Roma. Los vencidos de la Cruzada de 1936 vieron en esa europeización una manera indirecta de volver a las andadas y la promovieron. Después del Concilio Vaticano II, importantes contingentes de eclesiásticos modernistas han hecho suyas las doctrinas anteriormente condenadas del liberalismo y la masonería y se suman a los pioneros del europeísmo anticristiano, con lo cual crean cierta confusión en tomo al tema.
La ofensiva antiespañola desarrollada en toda Europa en diciembre de 1970 clarifica la situación para mucho tiempo. Nuestra europeización sigue siendo un matrimonio mixto. La Europa actual no piensa como nosotros, porque no es católica: no lo es Italia, que instaura el divorcio; sigue sin serlo la Francia de la Revolución por antonomasia, que amplía la legislación a favor del aborto; ni Dinamarca, que monta la Feria del Sexo y desde ella exporta pornografía en gran escala; más espacio requeriría discurrir sobre el grado de catolicidad del propio Vaticano.
No se puede servir a dos señores: en nuestro caso, a Dios y a las ideologías predominantes en la Europa actual. Que cada cual eliga y asuma plenamente sus responsabilidades.