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¿Qué pasa? Semanario independiente

año 10, número 500 · Madrid, 28 julio 1973 · 20 páginas

 

La "manía" del europeísmo

Por Alfonso de Figueroa y Melgar, Duque de Tovar

Es tal la obsesión europeísta de los horteras españoles, en la hora presente, que todo es euro. Desde unos calcetines hasta un hotel pretencioso. Lo euro es garantía de perfección, modernidad y confort. Todo esto viene de esa triste realidad que es el complejo de inferioridad del tipo de español necio e ignaro. Ese español necio e ignaro que no sabe más de su Historia que los amañados textillos del «Reader’s Digest», cree que todo lo español es malo y que España no es Europa, sino una especie de África lamentable y vergonzante y que lo que hay que hacer es copiar deprisa y mal todo lo europeo. Lo primero que hay que objetar a estos cenutrios y cirrípidos que a veces pululan por las altas esferas es recordarles que España, desde el comienzo de los tiempos, es Europa, primero por su geografía, después por su helenismo y romanidad y hasta por su goticismo a la fuerza tras las invasiones bárbaras. Y cuando llegó la hora de perder la europeidad, y de dejar de ser parte de la «Cristianitas», en 711 con la invasión musulmana, España se puso en seguida en pie de guerra para expulsar al invasor, lucha apenas sin tregua que duró casi ochocientos años. En la Reconquista demostró España su firme voluntad de europeísmo al tratar por todos los medios de arrojar de su suelo el orientalismo letal. Todo esto unido a un terreno en su mayor parte mesetario y paupérrimo que invita a la vida nómada, indica la firme y heroica voluntad de España de ser cristiana, civilizada y europea por ende y por supuesto.

Llegó el siglo XVI y España, prefiriendo sus intereses privativos, se inmiscuye con entusiasmo en la política centroeuropea, y por ese afán de europeísmo nos empobrecemos y desangramos. Sí, esto no es violento y tesonero afán de europeísmo no sé qué puede ser.

Llega el siglo XIX y los españoles de segunda se entregan con denuedo a imitar leyes, instituciones, modas, etc., etc., de allende el Pirineo. Más europeísmo. Pero ya ese europeísmo estaba inficionado por las mórbidas ideas de la Revolución francesa, y el resultado fue pésimo. Guerras civiles, algaradas, desorden y atraso técnico.

Y llega la segunda mitad del siglo XX. Y los europeístas con su complejo de inferioridad de español ignorante de su esencia y su historia se lanzan con entusiasmo loco, ciego, tonto y necio a la manía del neo-europeismo. Como si todo lo que hubiera fuera de España, al Norte, fuera digno de imitarse. No creo que nos convenga nada, por ejemplo, la descomposición política de una Italia, las guerras de Religión de Irlanda del Norte o la barbarie comunista de Checoslovaquia o Albania, que también son Europa.

Y luego la obsesión del Mercado Común. El Mercado Común es un negocio, y un negocio exige unos tratos previos, y saber si nos convienen o no sus condiciones y si a ellos les convencen las nuestras. No es más que eso y creer en el dogma del Mercado Común es muestra de paletería asnal o cretinismo congénito. De Europa podemos imitar sus técnicas fabriles, etc.,, etc., que ya lo hacemos bien. Pero en lo político habrá que examinar si todo es perfecto al norte de los Pirineos, porque a lo peor no lo es.

Al español medio hay que insuflarle entusiasmo y no ultracriticismo amargo de todo lo español. El español no ha de tener complejos de ninguna clase y menos, desde luego, complejo de inferioridad. Tratemos de crear algo y no ser tristes pedisecus de todo lo extranjero. Prudencia, equilibrio, estudio y no papanatismo. Pero los tecnócratas, hombres sin formación humanística, se distinguen por sus anteojeras tecnocráticas y no por su visión política. El viajar por viajar para dejar en ridículo a su país no es política recomendable ni constructiva. Pero el tecnócrata europeísta es necio y presuntuoso y desprecia todo lo que ignora, que es la esencia de España y, por supuesto, la Historia de España y de su cultura. Y por eso, olvidando que la Universidad en España fue la primera de Europa en el siglo de oro, imita hasta los nombres de fuera a la hora de reestructurar la Universidad en estos días de caos. Pero no se pueden pedir peras al olmo ni imaginación ni cultura al tecnócrata europeísta. La imaginación y la cultura requieren estudio, inteligencia, perspicacia y dotes de natura fomentadas. El pasar lustros con una regla de cálculo en un despacho>con aire acondicionado no da resultados en política nacional ni internacional. La política no es sólo política de comercio exterior ni pura economía, pues la buena economía es, además, ECONOMÍA POLITICA. Y no Euro, ni amero, ni afro economía política, sino la mejor de las economías polítics posibles, aquí y ahora, en este país que se llama ESPAÑA. Lo demás son ganas de dejar en ridículo el pabellón español y perder el tiempo. Euroconfort, eurogomas, eurobragas, eurovasos, euro, euro... ¿Hasta qué grado excelso puede llegar la humana idiocia?

 
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