¿Qué pasa? Semanario independiente
año 10, número 496 · Madrid, 30 junio 1973 · 20 páginas
¿Quién es quién para impedirlo?
Por Ors d'Alva
Nada tiene de particular que en la forma cómo se va desarrollando el postconcilio se haya podido llegar, por parte de la Conferencia Episcopal Española, es decir, por una parte de la misma, ya que el voto no fue de la totalidad, hasta donde se ha llegado, referente a la negativa de que los obispos españoles puedan formar parte de las Cortes y de los altos órganos del Estado.
¿No se habrá incurrido en una lamentable confusión basándose en que en España las leyes civiles garantizan hoy la libertad religiosa?
No porque en España civilmente, de acuerdo con sus leyes, esté hoy garantizada la libertad religiosa, los católicos, y con mayor motivo los obispos, han dejado de tener la obligación de velar para que las leyes y las costumbres estén de acuerdo con la doctrina de la Iglesia, pues, precisamente, ha de ser todo lo contrario, ya que el verdadero fruto del Concilio Vaticano II ha de consistir en hacer más auténtica la vida cristiana de los individuos y de las colectividades, o sea, de los pueblos.
Vayamos ahora a considerar si un súbdito español por haber sido elevado a la dignidad episcopal ha perdido algunos de sus derechos.
Ni desde el punto de vista civil ni eclesial el obispo ha dejado de ser ni ha desmerecido nada como ciudadano español, continuando, por tanto, teniendo los mismos derechos de antes. Si, pues, todo español puede llegar un dia a formar parte de las Cortes legislativas, ¿por qué no ha de tener el mismo derecho un español que ha llegado a la dignidad episcopal?
En las Cortes han de estar representadas todas las actividades para su autodefensa, ya que nadie mejor que uno mismo para conocerlas, exponerlas y defenderlas si conviene. Pero por lo que es y representa el obispo, su presencia dentro de las Cortes y de los altos órganos del Estado es mucha más necesaria y, por tanto, conveniente.
Toda disposición legal y toda actuación de la autoridad han de contener siempre un principio de justicia, de caridad y de prudencia. Y ¿quién mejor que un obispo para velar para que estas virtudes informen toda la legislación y todas las actuaciones dimanantes de la autoridad?
¿Es que a los obispos españoles les es indiferente que las leyes sean o no sean inspiradas y basadas en principios evangélicos?
Participar e influir en la misión importantísima de redactar las leyes y regular las costumbres de la nación, ¿puede ser tenido como actividad política? ¡De ninguna de las maneras!
Se trata de una actividad cívica y moral que afecta a todos los ciudadanos y más especialmente a los que poseen más caulidades para dicha misión. Y, al llegar a este punto, concreto y claro, uno no puede menos que preguntar: ¿Qué es, en realidad, lo que ha movido a ciertos obispos a declararse contrarios de que colegas suyos formen parte de las Cortes y organismos superiores del Estado español? ¿Unos fines pastorales o unos fines políticos? Puede que algunas consideraciones nos lo aclaren.
Según el Concordato en vigor entre la Santa Sede y el Estado español, y conforme a las concesiones de los Sumos Pontífices San Pío V y Gregorio XIII, dentro de la santa misa, los sacerdotes, en España, han de rogar por la nación y por el Jefe del Estado.
¿Por qué son tantos los casos en que esta oración no se formula? Como sujetos responsables, ¿por qué los obispos no se preocupan, aprovechando las asambleas y exhortaciones para que esta omisión sea corregida?
¿Es que no se cree ya en el fruto de esta oración? ¿Es que no se siente la obligación moral de rogar por la Patria y por las autoridades que la gobiernan?
¿Es que tal vez se mira con indiferencia la actuación de la autoridad civil? La respuesta a esta pregunta concreta, que ia den ellos mismos y que la dé todo español consciente, a juzgar por las alusiones que vienen haciendo a los conflictos sociales, laborales y de otros órdenes. ¿En qué quedamos, pues?
¿Es pastoral o político este proceder? ¿No seria esta una política sin pies ni cabeza?
¡Señor, a quien nadie puede engañar, ya que conocéis la Verdad en todas las cosas, iluminad y dirigid a nuestros obispes para que en unidad de verdad con el Papa, sean fieles y constantes imitadores del BUEN PASTOR!