¿Qué pasa? Semanario independiente
año 10, número 472 · Madrid, 13 enero 1973 · 20 páginas
Doctrina clara sobre un tema importante
Por Manuel Pedrosa
Vivimos en época de tensiones y retorcimientos. Doctrinas perennes, eternas, que nadie de aquí para atrás se hubiera atrevido a retorcer o a discutir, hoy se discuten y «contestan», creyendo por lo visto los insensatos retorcedores y contestatarios que en virtud de su «contestación», las tesis van a variar de signo o van a perder siquiera un ápice de virtualidad.
La doctrina católica, pontificia, relativa a la unión o cooperación de la Iglesia con el Estado pertenece a esa clase de doctrinas perennes, permanentes, que no admiten desviación o retorcimiento; pero los atrevidos «profetas» del momento actual, fieles a la misión que el progresismo les tiene asignada y encomendada, han dirigido su piqueta demoledora y revolucionaria a la misma raíz de esos principios no dogmáticos, pero si trascendentes, de las relaciones entre los dos Poderes, a ver si, ya que no otra cosa, provocan primero confusión, más tarde duda y, por último, apostasía. En consecuencia, y por poner un ejemplo, el superprogresista señor Miret Magdalena no tuvo reparo alguno en escribir en la revista Triunfo, de la cual es asiduo colaborador, que «... la confesionalidad del Estado y los concordatos no son esenciales para un amplio desarrollo de la religión de Cristo, como nos demuestran los hechos y han repetido varios padres conciliares.» (.Lug. cit., 26-XII-64, página 23.)
Pues, no, señor Miret Magdalena, el Magisterio de la Iglesia, la enseñanza de los Romanos Pontífices, no está de acuerdo con lo que dice usted en Triunfo. Afinen los lectores la atención y lean más de una vez, hasta asimilarlas, estas palabras del Papa León XIII, contenidas en una carta —la Longniqua oceani— que el Santo Padre dirigió a los prelados norteamericanos, las cuales parecen, con una anticipación de casi setenta años, una réplica (¡y de qué calidad!) a aquellas otras del señor Miret. Decía asi León XIII:
"Entre vosotros, la Iglesia ha obtenido la segura libertad de vivir y actuar sin obstáculos. Aunque sean exactas estas observaciones, hay que guardarse del error de concluir de aquí que se ésta el modelo de la mejor situación de la Iglesia, o que es siempre permitido y útil separar o disociar, como en América del norte, los intereses de la Iglesia de los del Estado. En efecto, si la religión católica, entre vosotros, ha logrado honor prosperidad y acrecentamiento, hay que atribuirlo enteramente a la fecundidad divina de que goza la Iglesia, que, cuando nadie se opone a ella ni le crea obstáculos, se extiende por sí misma y se difunde; pero ¡cuántos más fecundos frutos se producirán si, además de libertad, tuviera el favor de las leyes y la protección de los poderes públicos!"
La cosa está clara y la doctrina es pura, transparente. Sirve para todos los tiempos. Y es conveniente e interesante refrescar estas ideas, las cuales, como hemos dicho más arriba, pertenecen al Magisterio eclesiástico, y digan lo que quieran los modernos «profetas» al uso, sientan doctrina inmarcesible. Por esta razón, la piquera progresista y contestataria no tiene nada que hacer contra ella, si bien lo intentarán no una, sino infinitas veces. Están en su papel los «pollos».