
¿Qué pasa? Semanario independiente
año 9, número 469 · Madrid, 23 diciembre 1972 · 22 páginas
La fe liberal
Por Eulogio Ramírez
Honramos esta página reproduciendo este artículo magistral aparecido en el diario "El Alcázar", de Madrid (12-XII-972):
Organiza el Centro Cultural de los EE. UU. en Madrid unas mesas redondas, para mi, de todo en todo encomiabies, especialmente cuando versan sobre política, a las que yo no sé por que no concurren españoles de todas las ideologías. Esas mesas le permiten a uno escuchar a los profesores de la oposición que, desde el estrado, expresan libremente sus opiniones y exponen sus argumentos. Y, según el criterio de Jefferson, uno puede allí oponer objeciones, encontrar contradicciones y denunciar eventualmente incongruencias de tales profesores liberales. En la Prensa, como es notorio, los liberales españoles no aceptan diálogo. Pero en el C.C. de los EE.UU. es obligado que lo acepten «coram populo», aunque ellos mismos se constituyen en «moderadores» del coloquio. Por lo demás, no se crea que tales profesores hacen propaganda a los EE. UU.: más bien le hacen contrapropaganda, como haré patente algún día que venga a cuento.
Es el caso que, una de las tardes en que, recientemente, concurrí a una de las citadas «mesas redondas», inopinadamente, me encontré con que mi amigo y adversario el profesor y letrado Peces-Barba exponía «la filosojía política» de la Constitución de los EE. UU., país al que de veras amo, respeto, admiro y estoy agradecido. Como principios fundamentales de esa «filosofía», el profesor P.B. señaló los contenidos en la Declaración de Independencia, redactada por Jefferson, y vigentes desde 1776, a despecho de todas las monsergas y pruritos de «cambio» con que algunos nos quieren drogar. ¿Hay país políticamente más inmovilista que los EE.UU., que no han cambiado sus principios fundamentales desde 1776?
Pues bien, al comienzo de esa Declaración o Constitución de Jos EE. UU., que es el «evangelio del liberalismo», leemos: «Tenemos (we hold) como verdades por si mismas evidentes que todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador ciertos derechos inalienables», etc. (y continúa una formulación de derechos, sin que nadie plantee la cuestión del grado de adhesión o «consensos» que los americanos actuales prestan a tales principios).
Al abrirse el coloquio argumenté: «Lo que es evidente es que ni siquiera Dios es evidente, sino, a lo sumo, racionalmente demostrable, para el hombre actual. Y lo evidente es que —aun por titución de ese Dios inevidente— los hombres nacen desiguales la noción de naturaleza ni la formulación del Derecho natural son objeto de la evidencia. No es una evidencia (sino mera creencia o a lo sumo laboriosa adquisición de algunas filosofías) el que los hombres tengan un Creador que les dotó de naturaleza común, fuente de derechos inalienables. En resolución, todo cuanto nos proponían gratuita, intuitivamente, sin razones, los representantes de los trece Estados que aprobaron el texto de Jefferson es, pues, una fe política específicamente liberal, inspirada en un vago deísmo, emparentado con Locke, Hume, etc., más racionalista que católico. Pero como la fe expulsa a la filosofía (obra exclusiva de la razón, en puridad no puede hablarse de que tal Declaración sea un texto de filosofía política, sino la formulación de una ideología política, de la ideología liberal.»
La respuesta del procesor Peces-Barba, más o menos, comenzó así: «el señor Ramírez es un escolástico.» Pero repliqué al punto: . «Si con escolástico quieres decir que he razonado con rigurosidad, lo admito. Pero yo no he traído a colación aquí el contenido ó valores de ese linaje de filosofía. Sin embargo, como parece que deseas que comparezca esa escuela de pensamiento, te recordaré que, desde la concepción escolástica, el Papa Pablo VI —como Pío IX en el «Syllabus»— ha condenado la ideología libera! en la carta «Octogésima Adverúens». Y asi, hablando con rigor, la ideología liberal o, como prefiere decir Pablo VI, «el liberalismo filosófico» y todo cuando se funde en él —sea política, sea economía— es incompatible con el catolicismo.»
Yo dije más; añadí: la fe liberal es una entre las varias posibles fes políticas, irreductibles entre sí, porque las verdades políticas fundamentales (como los futuribles políticos) no son objeto adecuado para la razón, sino para la fe, de tal manera que, desde el punto de vista racional, la fe liberal no vale más que otra cualquiera fe política.
Cree el liberal, tiene fe en que no hat verdad, justicia y bien absolutos (revelados por Dios como absolutos); tiene fe en que todo es relativo. En suma, el liberal tiene fe en que lo mejor, políticamente hablando, es que se elija, más o menos democráticamente —el Poder judicial no se elige democráticamente, aun cuando esté poi encima del ejecutivo, como en los EE.UU.—, a unos magistrados —parlamentarios, ministros o jueces— para que ellos definan inapelablemente lo que haya de tenerse por justicia, por verdad o por bien, tocantes a la «res publica». Es claro: o bien el liberal tiene fé en que los valores (la verdad, la justicia y el bien) públicos son definidos por los magistrados democráticamente elegidos (y en tal caso habría de respetar fielmente sus pronunciamientos, cosa que no ocurre en la realidad casi nunca), o bien el liberal considera que la verdad, el bien y la justicia sociales trascienden las decisiones de las urnas, son absolutos, independientes de las decisiones electorales, y en esta última hipótesis, el liberal se entrega a un sistema o procedimiento político-a sabiendas de que no procura el imperio de la justicia y del bien público, ni asegura la adquisición de la verdad concerniente a los asuntos públicos.
Tiene fe el liberal en que la verdad sale de la disputa, pero la más elemental experiencia muestra que ni los ciudadanos ni los Parlamentos comulgan en la verdad después de haber discutido.
Tiene fe el liberal —contra la razón y la experiencia— en que la justicia social, la paz y el bien públicos sobrevienen en una sociedad, dejando libres a los ciudadanos para asociarse ios unos contra los otros, ora en despiadada competencia económica, ora en implacable lucha de clases, ora en incruenta o cruenta guerra civil, todo ello excitante, más que moderador ni aplacador de «la codicia, raíz de todos los males», verdad de la fe cristiana revelada a San Pablo.
Evidentemente, es humano y es licito tener otra fe política distinta de la liberal. Y si el cristiano no puede renegar de su fe, entre el liberal y el cristiano lo cívico es que transija el liberal y que el cristiano sea intransigente, cuando han de convivir el cristiano y el liberal. El cristiano cuando transige en su fe la reniega; el liberal, cuando transige, confirma su fe.