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¿Qué pasa? Semanario independiente

año 9, número 467 · Madrid, 9 diciembre 1972 · 20 páginas

 

"En nombre del pueblo italiano"

Por Aurelio de Gregorio

Se ha escrito no poco sobre guerra revolucionaria: es la forma que reviste la tercera guerra mundial, ya en curso; en ella interesa más la conquista de la voluntad de las poblaciones que la ocupación de los territorios, que se hará fácilmente después; su arma principal no es de fuego, sino de tinta, la propaganda; es la estrategia y la táctica actuales del comunismo, ruso y chino, contra la civilización occidental; emplea más la inteligencia y la psicología que el valor y la fuerza.

A pesar de cuanto lleva leído, parece que el español medio no acaba de enterarse de este asunto. Convendría explicárselo, además, de otro modo, quizá al estilo de unas clases prácticas. Una de ellas se podría dar estos días en Madrid, viendo la película titulada «En nombre del pueblo italiano», que se proyecta en los cines Vergara y Callao.

Vengo de verla. Es una película formidable; al servicio del mal, pero magnífica en muchos aspectos; los diálogos son inteligentes, sobrios, llenos de ironía y de concepto; ellos y la imagen se ayudan y complementan muy bien para llevar el mensaje al espectador, cuyo interés no decae un momento. El argumento es la lucha entre un juez de instrucción y un gánster sospechoso de asesinato de una joven. El juez es un hombre honesto, que vive pobremente y que tiene que realizar grandes esfuerzos para ir acumulando pruebas contra el sospechoso; trabaja sin medios entre la indiferencia y la hostilidad general y resiste a presiones disuasorias y a un intento de soborno. El gánster es riquísimo, miembro de numerosos organismos oficiales y de consejos de administración, y poderosísimo, estroncado con las élites del poder y se defiende del cerco sin escrúpulos. A lo largo de todas las escenas surgen pullas, inteligentes y bien dosificadas, contra la sociedad a la que el juez defiende. Este saca sus energías del pensamiento de que está defendiendo al pueblo italiano de los malhechores. «En nombre del pueblo italiano» es, a lo que parece, además del título de la película, la primera frase de las sentencias judiciales en el lugar de los hechos.

Cuando él juez está consiguiendo una prueba importante contra el gánster, la vida de la población se paraliza por un partido internacional de fútbol entre Italia e Inglaterra; las calles quedan desiertas y llenas de los ecos de las radios que retransmiten el partido. El juez conquista durante el mismo definitivamente la prueba que necesita y se dirige con ella en la mano a su oficina en el preciso momento en que ese pueblo en cuyo nombre dictará sentencia, se echa a la calle vociferando la victoria de su equipo, con banderas, músicas y vítores patrióticos que le dan rango nacional. La ironía, la vis cómica y la maestría de cuantos intervienen en estas escenas alcanzan cotas muy altas. En medio del barullo aparece un automóvil de matrícula inglesa; los manifestantes, sin más ni más, lo vuelcan y lo incendian.

El tenaz juez, que contempla en silencio todas estas magistrales escenas de gamberrismo futbolero, da un giro sorprendente a la mentalidad ejemplar que ha exhibido a lo largo de toda la cinta: arroja al fuego del auto inglés la prueba que lleva en la mano, un diario de la joven asesinada; se aleja sin decir palabra, y la película termina inesperadamente, en igual silencio. Pero inmediatamente el espectador entiende con absoluta claridad lo que ha pasado, el giro del pensamiento del juez, que es la tesis de la película: no merece la pena seguir sacrificándose por servir a un pueblo así.

Las costumbres, los caracteres, los personajes y los diálogos del filme tienen en la Gran Via madrileña la misma vigencia que en Italia, y el espectador medio español hace suya su tesis con toda naturalidad. Hay que añadir que los policías, los funcionarios, los políticos, los diplomáticos y los militares y, en general, cuantos sirven al bien común, se encuentran retratados en el protagonista con ,a misma naturalidad que los jueces posibles espectadores. La película atenta sutilmente contra la voluntad de defender a cualquier sociedad occidental. ¿No es este atentado, cuanto más refinado mejor, el objetivo último de la guerra revolucionaria en curso?

¿Tiene razón el juez protagonista? Si no, ¿dónde está el sofisma, que es como decir la malicia y el secreto táctico de los peliculeros?

No tiene razón el juez, no, por extraordinariamente buena que sea la pintura de la barbarie popular desencadenada por el fútbol. Se acercaría a la verdad si únicamente defendiera a esos grotescos, histéricos y desmandados «hinchas» del equipo vencedor, y si estos mismos no tuvieran a lo largo de teda la conducta de todos los días, de su vida otros aspectos más respetables y honorables, que también los tendrán, probablemente. Ese juez ha dejado desamparada frente al gánster impune a una muchedumbre de gentes magníficas que no salen en la película; los necios bullangueros, también desamparados, se harán aún más necios y peores y se alejarán de su perfeccionamiento, sin duda posible a partir de sectores sanos de su personalidad, que tampoco recoge la película.

Otra cuestión, más sutil, se puede traer aquí: eso le ha pasado a ese juez por servir a la soberanía nacional, concepto ya de suyo esencialmente revolucionario, como nacido de la Revolución Francesa. Si en vez de estar acostumbrado a la fórmula «en nombre del pueblo italiano», lo estuviera a la de «en nombre de la Santísima Trinidad», que encabeza la Constitución de Irlanda, por por ejemplo, hubiera comprendido que además de los majaderos del fútbol y da miles de ciudadanos beneméritos tenía que seguir defendiendo unos principios y un orden queridos por Dios y proyectados por El no sólo en aquel instante lamentable de la vida italiana, sino también antes y después a lo largo de la Historia. Voluntad de Dios, cuyo cumplimiento llena él sólo con creces una vida, aunque no hubiera grupos humanos dignos de sus servicios, que sí que los hay.

El truco de los revolucionarios es hacer ver que esos momentos de histeria futbolística representan toda la vida de sus protagonistas, y que éstos, a toda la sociedad. Mentira elemental, pero precisamente por eso eficacísima, porque así resulta idónea y apta para gentes e'ementales que son las que constituyen las mayorías. Como la mentira es el arma predilecta de la revolución, nosotros debemos fomentar el amor a la verdad y el estudio, que permite descubrirla y la protege de la mentira.

 
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