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¿Qué pasa? Semanario independiente

año 9, número 443 · Madrid, 24 junio 1972 · 20 páginas

 

No hay punto de apoyo fuera del catolicismo

Por Jesús Echevarría

Es una pena y un error gravísimo que no sólo fuera del Catolicismo se trate de solucionar los problemas sociales prescindiendo de Dios, sino que aun los católicos y muchas de sus jerarquías se avergüencen o callen lo que deberíamos proclamar bien alto: fuera de los principios del Catolicismo, no hay nada estable ni solución posible. «Dadme un punto de apoyo —decía Arquímedes— y levantaré el mundo.» Sólo un hombre, con un punto de apoyo y una palanca correspondiente, sería capaz de levantar, lo que sólo es capaz de mover la atracción universal, según las leyes impuestas por el Creador. Y aunque nadie medianamente instruido haya dudado de la verdad que encierra ese principio, hoy más que nunca confirmado, nadie ha intentado buscar ese punto de apoyo y nadie lo intentará. La curiosidad del experimento no compensaría los esfuerzos; ni existe ni existirá la más remota idea de que pueda lograrse ese punto de apoyo. De las consecuencias, ni hablemos; sólo la ciencia-ficción podría hacer malabarismos y conquistas en la imaginación. Pero si este punto de apoyo físico, que no se ha intentado buscar por su práctica imposibilidad de encontrarlo, no nos preocupa, sí debe preocuparnos el buscar y encontrar otro punto de apoyo que levante no el mundo, sino la humanidad. Los que quieran una humanidad más justa, más humana, más feliz, tendrán la obligación de buscar ese punto de apoyo. Punto de apoyo, que no sea arena, sino roca viva. Y arena es todo lo que se qtúera construir sobre el hombre y su palabra.

No se escandalicen —si hoy se pueden escandalizar de algo—, a no ser de que la Iglesia de hoy combata el vicio y el error, porque voy a echar por tierra los más nobles principios en que parece basarse la actuación del mundo. Nc me hablen del derecho natural; no me hablen de la igualdad de derechos de la persona humana; no me hablen del sentido común; no me hablen de la mayoría; no me hablen de las Naciones Unidas; no me hablen del derecho internacional; no me hablen de pactos internacionales ni del principio de no intervención. Todo esto es arena; todo esto es barro; todo esto es escribir en el agua; todo esto es tan relativo, que no pasa de momentáneo, si no le favorecen las circunstancias o no lo apoyan las armas. Si no, veamos. ¿Cuál es el derecho para el Comunismo y el Capitalismo en que prácticamente está dividido el mundo con relación al capital y al trabajo? ¿Cuál de los dos tiene la razón? ¿Con quién está el derecho natural? ¿No es verdad que después de tantos años podemos hoy decir lo que decía nuestro Calderón de la Barca antes que el Cardenal Richelieu escribiera en los cañones del ejército de Luis XIV «última ratio regum»; que la «última razón de los reyes son la pólvora y las balas»? Y si hoy «esta razón» (?) no se inclina por ninguna parte, no es porque ambas defiendan el mismo derecho natural, sino porque las fuerzas contradictorias de ambos derechos naturales (?) están equilibradas. ¿Será, pues, esto derecho natural? ¿Será de derecho natural el que S?' el Comunismo se establezca en Rusia con el sacrificio de 50 millones de víctimas que no lo aceptan? ¿Tendrán este mismo derecho en la China continental al mismo precio, etc.?

Igualdad de derechos. Pero esto ¿quién lo defiende? ¿Las Naciones Unidas? Pero entonces, ¿por qué han de tener el derecho al veto y otras no? Pero ¿por qué en tantas naciones el comunismo tiene amplia libertad para sus fines y en ningún país comunista puede haber ningún otro partido que se le oponga? Pero ¿por qué en Irlanda del Norte han de vivir en una continua guerra, porque los católicos piden los mismos derechos que los protestantes y éstos no se los quieren conceder? Pero ¿por qué en los países comunistas el Catolicismo ha de estar amordazado cuando no perseguido? ¿Por qué se ha extinguido éste en Rusia y en China y en los demás países comunistas donde quiera subsistir ha de someterse al implacable racismo del credo comunista? ¿Es que los católicos no son hombres? ¿Es que estos países no hacen parte de las Naciones Unidas? ¿Dónde, pues, está la tan cacareada igualdad de derechos de la persona humana?

Sentido común y mayoría. Pero ¿es que el sentido común de los pobres puede ser el mismo que el de los ricos? Pero ¿es que el sentido común de los católicos puede ser el mismo que el de los protestantes, judíos, mahometanos, budistas, etc.? Por el hecho de que el sentido común coincida en algunas cosas, ¿no ha de poder diferenciarse en otras de capital importancia? El sentido común de los paganos —pues también en aquel tiempo había sentido común— ¿era el mismo que el de los cristianos? La fiesta nacional de los toros en España, de sentido común aquí, ¿no es considerada por otros países como una salvajada? Y al mismo tiempo considerarán el boxeo como un deporte de ángeles. ¡Pues si que el sentido común aprueba las mismas cosas! La mayoría; en primer lugar, la mayoría no es muchas veces sino el resultado de una minoría más activa, de un ambiente prefabricado, de intereses no siempre confesables y que daría como resultado no pocas contradicciones si la dividimos por naciones y aun por zonas en un mismo país, en los más diferentes temas. Por otra parte, ni la mayoría ni el sentido común, aun cuando fuese de todos, no representarían una verdad, sino un síntoma o un sentimiento, cuando no una pasión, un vicio o un error en muchas ocasiones. ¿No vemos a la mayoría de las naciones incluir el divorcio en sus leyes como algo legítimo? ¿No vemos legitimado el mismo aborto en no pocas de las legislaciones de países que van a la cabeza del progreso? ¿Ha de ser bueno o malo al mismo tiempo en una u otra nación, porque así lo dice la mayoría de sus legisladores respectivos, ei matar o hacer vivir al inocente?

Enorme indignación, y comentado desde hace una semana en diarios y noticias de radio casi continuas, ha levantado la matanza efectuada en el aeropuerto de Tel Aviv el pasado 30 de mayo: 26 muertos y 80 heridos fueron las víctimas que cayeron ante las ráfagas de ametralladora y bombas sobre aquellos viajeros. No hay duda que es un horrendo e incalificable crimen. Ya se descarta que el único sobreviviente de los tres criminales venga a ser ejecutado. Esto ¿ya no será otra injusticia contra la sociedad y otros muchos inocentes que el día de mañana pueden pagar con sus vidas el perdón que de ella se hace a un hombre, que según dicen se ha vendido para matar? Pero si esto horroriza a la sociedad —y no es para menos—, ¿por qué la sociedad no se horroriza, por qué la sociedad no castiga, por qué la sociedad con sus leyes protege y hasta provoca la matanza de inocentes, no en docenas, sino en millares y millones que se cometen en los países más adelantados? Un millón de abortos se cometen en el Japón por año; un millón de vidas inocentes criminalmente arrebatadas a la humanidad. Y no hablemos de los trescientos mil niños asesinados de que habló el cardenal de Nueva York en apenas catorce meses que la ley tenía de existencia en aquel estado norteamericano; y no hablemos de la incalificable osadía criminal también de ciertos medios en Inglaterra, que según un diario italiano comercializan estos asesinatos, pidiendo clientes en otros países, sin exceptuar nuestra misma patria, donde aun contra la ley también se cometen muchos de estos crímenes; y no hablemos del Instituto Nacional de la Muerte según el profesor Jerome Lejeune en «L’Homme Nouveau», en Francia. Y si esto lo puede hacer o permitir una madre, un padre en su propio hijo, un médico y el mismo Gobierno para sus ciudadanos a los millares y millones, ¿cómo podrá condenarse sin contradecirse el que entre tres hombres maten a 26 personas? ¿Dónde está la ley natural?

Todo esto no es sino un botón de muestra, aunque terrorífico, de los innumerables casos y ejemplos que se podrían citar bajo todos los aspectos; en lo político, en lo social, en lo económico y en la misma segregación racial, lo que se sabe y lo que se oculta es tan pavoroso, que no tendría calificativo. Pero sólo esto sería suficiente para demostrar que ni la mayoría, ni el sentido común, ni la igualdad de derechos, ni las leyes, son por sí solas fuente de bien ni ide verdad, ni, por supuesto, reflejo de la ley natural, que si en este punto de vida o muerte no se admite, ¿en qué se admitiría? ¿Dónde estará esa ley natural? ¿Quién sabe lo que comprende y hasta dónde se extiende si no se admite una Revelación sobrenatural y ésta infalible, que sólo se atribuye el Catolicismo? No sería necesario nada más, pero continuaré (D. m.) en otro artículo.

 
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