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¿Qué pasa? Semanario independiente

año 9, número 439 · Madrid, 27 mayo 1972 · 20 páginas

 

La democracia liberal trasmisora del cáncer

Por Joaquín Pérez Madrigal

George Wallace, político norteamericano, Gobernador del Estado de Alabama y candidato a la Presidencia de los Estados Unidos, ha sido víctima de la hasta ahora última apelación al terrorífico instrumento de la política liberal y democrática: el atentado criminal contra la libertad, el derecho y la vida de los ciudadanos descollantes. ¿Cuántos Presidentes de los Estados Unidos, cuántos lideres, blancos y negros, han sido muertos a balazos por haberse consagrado al servicio de la Patria, desplegadas al viento las banderas de sus ideales?

El caso es que el demócrata conservador y ardiente segregacionista George Wallace no ha muerto de milagro. Recibió cinco balazos casi a bocajarro. Sobrevivirá, pero, tocada la espina dorsal, quedará paralítico de por vida.

Recuerdo de mis arriscados años de diputado radical-socialista en las Cortes Constituyentes de la República, cuando se estampó en la constitución el humano y civilizadísimo pirncipio de «renunciar a la guerra como instrumento de la política nacional». Y ya se vió lo humanitaria, incruenta y civilizadísima que resultó ser aquella República liberal y democrática. Uno no tardaría en evadirse de aquel sistema, que, sin duda, por genuinamente liberal y democrático, renunciaba a las guerras declaradas con razón y con honor en defensa de la Patria, pero que adoptaba, como instrumento de su política, la tea incendaria, la bomba y el pistoletazo para ir examinando uno a uno a los adversarios religiosos, sociales y políticos de la oposición o de la racción...

Por cierto que de aquellas funestas Cortes recuerdo también, como diputado de la izquierda catalana, a don José María Massip, brillante corresponsal de «A B C» en Washington desde hace muchos años. Y ha sido el señor Massip, en su crónica «abecedaria» del día 16 de mayo último, quien, al explicar el asesinato frustrado en la persona de Wallace, remata su información con este párrafo: «Mal asunto para la paz política y la conciencia social de Estados Unidos. Wallace importa a mucha gente; es un militante de un pasado que no quería morir aplastado por el estado gigantesco y moderno de los nuevos tiempos.»

No está muy claro lo que quiere decir este experto observador de la vida norteamericana. Se entiende que Wallace le importa a mucha gente. A toda la que no quiere morir aplastada. Pero ¿aplastada porque su pasado se resista a morir por el estado gigantesco y moderno de los nuevos tiempos? ¡No! ¡No! La verdad es que Wallace y la gente que le sigue lo que quieren es aplastar, y no les dan facilidades, a ese supuesto estado gigantesco de los tiempos modernos —la Democracia liberal, vieja, cancerosa, agonizante— que vive y vivirá lo que la dejen exhibirse y fanfarronear los verdaderos estados gigantescos de los tiempos modernos: los Imperios Comunistas de Moscú y de Pekín y sus Estados satélites de Europa, de América, de Africa, de Asia..., que infiltran a sus Brigadas de Asalto, transmisoras del cáncer, en todas las Democracias liberales y provocan en ellas la destrucción de todos sus tejidos orgánicos y, por ende, la agonía y la muerte de las naciones.

¿Acaso los asesinatos, los magnicidios que se registran en Norteamérica no se producen con profusión escalofriante en el seno de otras Democracias? Ayer mismo, en Italia, fue asesinado de tres balazos el jefe de Policía de Milán, que investigaba el caso Feltrinelli y sus derivados. Y no digamos cómo avanza el tumor canceroso liberal y democrático, con sus huelgas, sabotajes, atracos, secuestros, asesinatos, en Uruguay, la Argentina, Chile, Colombia, Bolivia, Inglaterra, Francia...

No, señor Massip. En Wallace y los que le siguen no es el pasado lo que va a morir aplastado por la poderosa Democracia USA de los nuevos tiempos, Wallace, ya paralítico, y sus partidarios, por lo que pelean y pelearán es porque a la poderosa Democracia USA y a las demás Democracias liberales, de plurales partidos y sindicatos, de elecciones cuatrienales para la decapitación y el relevo de la soberanía nacional en todos los escalones del Poder, no les aplasten los verdaderos estados gigantescos de los nuevos tiempos, o sea los que las Democracias les hacen y les ganan una guerra no declarada, que imperceptible, pero tenaz e incontenible, como la sutil malignidad del cáncer, va a acabar, a no tardar mucho, con todos los pueblos y todos los Estados Democráticos y Liberales, que no saben, o quieren ignorar, que frente al Comunismo que les hace la guerra y se la ganan, sin declarársela, no cabe otra legítima defensa que declararle la guerra y ganársela, no cabe otra legítima defensa que declararle la guerra y ganársela por el único modo infalible de conseguirlo: constituyéndose dentro de sí, en punto a fortaleza, unidad y continuidad del Poder, por modo semejante a como los Estados Comunistas están constituidos: un Monarca vitalicio, con corona o sin corona; un Gobierno de autoridad no compartida, unas Cortes o Consejos subordinados en su quehacer legislativo y técnico, en todas las especialidades del progreso, a las directrices y necesidades del Poder Público, asentado éste en la vida nacional, en el bien común, y sostenido por la fuerza de sus organizaciones sociales de Educación y Cultura, de Trabajo y Economía, de Justicia, de Ejército, de Policía. Y, naturalmente, bien plantados el Poder, la Autoridad, la fortaleza del Estado, en el Derecho, en la Moral y en la Religión. Pero ¿qué moral pública ni privada, qué derechos individuales ni colectivos, qué religión, qué dignidad humana ni qué dignidad personal ni social, ni qué robusta Ley de necesaria y general observancia pueden racionalmente sostenerse sin el apoyo de la fuerza que vigile, que guarde, que defienda, que ataque, si el Estado, si la nación, si la sociedad o el hombre son atacados? Ello, por un Poder Ejecutivo ágil, ejecutivo él solo.

Ese es el problema y no otro, señor Massip. Que el llamado mundo libre, el de las libertades y derechos individuales omnímodos, con sus Presidentes temporeros y sus órganos de soberanía y de justicia a merced de los hombres de recambio que suministran los partidos y que engrasan siniestros intereses inconfesables, son precioso caldo de cultivo para la cancerosa propagación del Comunismo campeador... Lo que el cáncer significa para la salud y la vida del hombre es lo que hoy, con ei Comunismo ahi, haciéndonos la guerra de la bomba, del sabotaje, de la huelga, del secuestro y de los asesinatos; lo que el cáncer significa, repito, para la salud y la vida del hombre, representan las Democracias Liberales y Parlamentarias para la salud y la vida de los pueblos. Y porque asi lo creo, permítaseme proponer que, así como se intensifica en España, cada año, LA LUCHA CONTRA EL CÁNCER, se comience por no pocas sociedades nacionales adolecidas y tenazmente amenazadas, LA LUCHA CONTRA LA DEMOCRACIA LIBERAL, transmisora irremediable del cáncer de los pueblos.

 
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