¿Qué pasa? Semanario independiente
año 8, número 375 · Madrid, 6 marzo 1971 · 20 páginas
El león y la oveja
Por Gaudencia Boanerges
Uno de los errores más crasos en que pueden caer los hombres es creer que la libertad no tiene límites. El hablar mucho de libertad y poco de deber hace que los hombres abusen de aquélla y no tengan en cuenta éste. No se puede admitir la utopía de creer que el hombre escogerá siempre lo que la fe y la recta razón le dicte. Muchas veces se dejará llevar por sus pasiones.
Lo mismo se puede decir respecto a la libertad que la Iglesia ha de gozar en el mundo. No puede ser ilimitada. Ha de limitarse a la misión que se le ha confiado. Y nunca debe olvidar la libertad de que goza el más fuerte, y los medios con que cuenta. Y no caer en la candidez de creer que el más fuerte empleará la libertad para protegerla y defenderla, máxime cuando ella, creyendo practicar una santa libertad, se entromete en su terreno.
Cómo discutieran sobre estos asuntos los discípulos del Señor, éste, al oírlos, les dijo la siguiente parábola:
—«En una región oriental, que era cruce de muchos países, tenía un anciano berebere un mesón o posada, que ellos llaman «Khan»; los griegos, «Katalyma», y los latinos, «Diversorio». Había en él un patio central rodeado de pórticos, con muchas argollas y alcayatas para atar el ganado. Dando salida al patio estaban las habitaciones para los transeúntes.
Por allí cruzaban a diario infinidad de comerciantes y arrieros de todas las razas y naciones. Todos respetaban las normas del anciano berebere, y, gracias a esto, casi nunca hubo conflicto alguno.
Pero una vez se albergaron una noche un beduino, que traía una oveja, y un traficante, que traía de la selva un león. No pareciéndole a éste suficiente las argollas que sirven para atar por el cabestro a los animales de carga, tenía a su fiera encerrada en una jaula.
Al atardecer se presentó el beduino a pedirle al dueño del mesón que le permitiera dejar a su oveja en libertad por el patio toda la noche; a lo que el berebere dijo que no lo permitían las normas del estavlecimiento, ya que por alíi pasaban muchos animales feroces, y no quería hacerse responsable de los desmanes que ellos cometieran. el beduino isnsitió, asegurándose que su oveja no perjudicaría a nadie.
El dueño se extrañó mucho de la terquedad del beduino; pero llegó hasta el asombro cuando lo vio dirigirse a la morada del comerciante del león y oyó que le decía que debía dejar aquella noche en libertad al león, pues la libertad es algo connatural con los animales y el encerrarlos en jaulas era una injusticia, una coacción y una desconfianza sobre el modo de usar de la libertad.
Ambos tuvieron al beduino por loco y no le hicieron caso. Pero tanto insistió durante toda la noche, que ya., por cansancio, dejaron en libertad al león y a la oveja, pensando que, de todas, todas, llevaría el beduino las de perder.
Apenas abrieron las compuertas al león, y éste se percató de la libertad de que disfrutaba, después de desperezarse, se lanzó al patio donde gozaba de la misma libertad la oveja. Ante los ojos atónitos del beduino, se abalanzó la fiera contra la oveja, y al primer zarpazo la dejó tendida en el suelo.
Era muy desagradable contemplar aquel espectáculo y tuvieron que juntarse otros muchos arrieros, que habían llegado al mesón, para reducir al león y meterlo en la jauña, por lo que increpó y maldijo al traficante del león al simple y falto de seso beduino.
Cuando todo hubo concluido, ante la reprimenda del anciano berebere, dijo el beduino: «Yo, cuando reclamaba libertad omnimoda era porque creí que la habían de emplear según razón.» A lo que contestó el viejo: «Pues ya podía usted pensar que la emplearía según la fuerza. Entre fieras no se puede pensar otra cosa. ahora bien, la culpa no la tiene el león, ni la oveja..., sino usted, que pide peras al olmo, y a mí, que se las he querido dar».
Y terminó el Señor: «en verdad, en everdad os digo que en el mundo existen muchos beduinos.»