¿Qué pasa? Semanario independiente
año 4, número 209 · Madrid, 30 diciembre 1967 · 24 páginas
Estudiemos eso de las armas atómicas
Por Manuel de Santa Cruz
Las armas atómicas tienen «mala prensa» en la prensa mala; en la buena, cada vez más escasa, no se las presenta como se merecen. Antes bien se orquesta suicidamente la propaganda roja contra ellas.
Conviene aclarar, para tranquilidad de los que se ponen nerviosos con los titulares de la prensa amarilla, que desde su nacimiento hasta hoy estas armas se han humanizado mucho, porque se ha conseguido eliminar de su explosión la radiación secundaria, que a cierta distancia quemaba sin llegar a matar. Seguirán teniendo el máximo radio de acción mortífera conocida, pero no volverán a dejar en una lenta agonía de años a millares de hombres quemados. Era una urgente necesidad táctica para sus propios usuarios suprimir la radiación secundaria y limitar nítidamente su contorno explosivo, porque si no ellos mismos podían ser victimas, al ocupar el terreno enemigo, de la radioactividad producida por sus armas.
Pero no es este, claro está, el argumento que, deteniendo el histerismo desencadenado científicamente por la propaganda subversiva, nos lleva a examinar y a ponderar estos ingenios bélicos. Lo que hay que resaltar es el papel fundamental que han jugado, y siguen jugando, en la defensa de la civilización... digamos «no anticristiana» de los ataques y amenazas del comunismo, tan diligentemente anticristiano.
Cuando dos potencias rivales se acechan, su politica de armamento sigue dos sectores: cuantitativo y cualitativo. De una parte, se trata de alcanzar, a la defensiva, la misma cantidad de armas que el posible enemigo; y luego, a la ofensiva, superarla ampliamente. De otra, inventar y construir armas nuevas, distintas, que no tenga en absoluto el vecino, lo cual es otra forma de superioridad, la de cualquier cifra sobre el cero. Cuando no se puede llegar a una superación, o ni siquiera a un empate numérico, de la cantidad de armas de ciertos tipos de la potencia amenazante, entonces hay que buscar la disuasión y la seguridad por el camino de adquirir la superioridad en armas de otras clases que no tenga el enemigo y que contrarresten las ventajas que le proporcionan otros medios de lucha. Este es el planteamiento clásico y por él nació la bomba atómica. Su enorme capacidad de destrucción somete a crisis por primera vez la teoría del equilibrio, porque lo mismo se destruye el enemigo con diez bombas que con cien. (Aunque el problema se desplaza al equilibrio de medios para hacerlas llegar rápida y oportunamente a sus objetivos.)
Esta doctrina elementalísima ilumina la actual situación de la defensa contra el comunismo. Por supuesto que nada creemos de las divergencias ruso-chino-yugoslavas; son líos de familia que se superan inmediatamente a la hora de engullir al mundo occidental, donde vive, aunque precariamente, la Cristiandad. El grupo ruso-chino puedelanzar sobre Europa unas masas de infantería con armamento clásico que no puede Europa, ni aun con la adición de Estados Unidos, detener ni contrarrestar. Si sólo fuera a jugar la infantería, armada con fusiles, o aunque fuera con metralletas, estábamos perdidos. ¿Por qué los comunistas franceses e italianos no conquistan cualquier día sus respectivos Estados? ¿Acaso les falta número y decisión para hacerlo¿ ¿Por qué no avanza el ejército rojo? Por las bombas atómicas de los Estados Unidos de Norteamérica, que les redimen de su inferioridad y de la de sus aliados en efectivos humanos.
Por esto los rusos son absolutamente sinceros cuando quieren excluir las armas nucleares: lo desean ardientemente. Donde no son sinceros es al decir que lo hacen por la paz, o al entender por paz su imperio, porque lo que pretenden al descartar el armamento atómico es dar un paseo militar por Europa. Más aún: los rusos y los chinos están en condiciones de pactar en cualquier momento que se excluyan de la guerra la artillería, las ametralladoras y hasta los fusiles. Están en condiciones de pactar que la guerra se haga únicamente con palos. ¿Quién podría detener solo a palos una horda ruso-china de docenas de millones de hombres, aunque no vinieran más que con garrotes?
En un planteamiento estrictamente militar, la cosa no puede estar más clara. Si sobrevivimos los cristianos, lo debemos, después de a Dios, a las armas atómicas. ¿Qué pensar, cómo juzgar a ciertos católicos, a ciertos medios eclesiásticos, que las desacreditan y combaten? A los Judas contemporáneos, que se escandalizan del derramamiento de sangre, hay que desenmascararles diciendo que más vale morir cristianos de un bombazo atómico, que exponer el alma al paganismo y a la apostasía de la sociedad comunista. Que más vale morir con honra que vivir con vilipendio.