
¿Qué pasa? Semanario independiente
año 4, número 200 · Madrid, 28 octubre 1967 · 24 páginas
El católico de la calle no entiende...
Por Garcinuño
Entendemos por «el católico de la calle» el hombre o la mujer que, sabiendo poco o nada de religión, con escasa o ninguna formación religiosa, tenga o no estudios profanos, ve y oye las cosas de orden eclesiástico o religioso que se suceden a su alrededor, y se hace un lío, un verdadero lío.
Porque no entiende, por ejemplo:
Que el tan llevado y traído Concilio Vaticano II que, según se dijo, era convocado para «poner el día» entre otras cosas la disciplina de la Iglesia, disciplina contenida toda ella en el Código de Derecho Canónico. Y, sin embargo, de este Código, que hoy se estima desfasado y plagado de defectos, nada acordaron los Padres conciliares, por lo que el Sínodo de Obispos, convocado y reunido al poco tiempo de la terminación del Concilio, tiene que ocuparse de la urgente reforma del referido Código. Esto no lo entiende «el católico de la calle»...
Como no entiende tampoco que después de habernos pasado años, muchos años, y hasta siglos, diciendo a través de libros, reglamentos, instrucciones pontificias, exhortaciones episcopales, etc., el gran peligro que suponía para el candidato ai sacerdocio, en orden a la conservación de su vocación, el ponerse sin necesidad en contacto con «las gentes y las cosas del mundo», peligro que subía de punto precisamente en los años de la adolescencia; y ahora resulta sin haber cambiado la naturaleza de los hombres, que no es así. Sino, antes al contrario, que es bueno y saludable que el seminarista, ya desde sus comienzos, vaya conociendo «el ambiente», se vaya «abriendo» a las cosas de la vida, estudie como los demás jóvenes el Bachillerato, incluso el Preu, y, además, estos estudios los haga en los Instituios estatales en revuelta mezcolanza, como es lógico, con los ye-yés del día, con los modernos «hijos de papá y mamá», con las niñas de la minifalda, y toda la caterva estudiantil de nuevo cuño. Y que, por tanto, estarán de sobra los Seminarios menores que tanto preocuparon siempre a los obispos, y para cuya construcción tanto pidieron a los fieles... Esto no lo entiende el «católico de la calle»...
Como tampoco entiende —y ya concretamos más a Madrid— que en esta ciudad, en la calle del conde de Peñalver, se esté demoliendo en estos días una iglesia, la de Nuestra Señora del Rosario, de los Padres dominicos, iglesia que tendría poco más de cincuenta años, construida con solidez y con arte, para en su solar levantar otra más moderna que va a costar muchos millones. Cuando en los suburbios madrileños, además de faltar templos, los existentes en su mayoría se encuentran instalados en garajes, sótanos, barracones prefabricados y otros lugares nada adecuados. Y lo más irritante del caso es que estas obras no son costeadas por algún milllonario católicos, «chalao» y caprichoso —como pudiera suceder— sino que se pretende sean sufragadas por los fieles, mediante suscripción pública. Esto raya casi en el escándalo. de ahí que el católico de la calle no entienda por qué se realizan estas obras, y aún más, por qué se han autorizados por las autoridades competentes...
Como tampoco entiende la diversidad de criterios que hay entre el clero con respecto a cosas de seria trascendencia, como son : las famosas píldoras anticonceptivas, las desnucedes de la mujer dentro y fuera del templo, el uso de la minifalda por parte de muchas jovencitas de comunión frecuente, la conducta rebelde de muchos hijos que se creen «no comprendidos» por sus padres, la postura política de muchos estudiantes frente al Régimen español, la misma postura idiota y suicida de muchos curas, los que integran el conflomerado de manifestantes, operantes, progresistas y separatistas que Dios confunda. Nada de todo eso entiende, como tampoco la pasividad y titubeos con que la Jerarquía parece se muestra ante todo ello.
Y el «católico de la calle» es para tenerle muy en cuenta, que es él el que forma «la masa de la Iglesia», «el pueblo de Dios», «el cuerpo místico de la Iglesia», y otros remoquetes que, para que no degeneren en meros tópicos, es menester que, «el católico de la calle» entienda, entienda... lo que a veces no entiende...