
¿Qué pasa? Semanario independiente
año 4, número 198 · Madrid, 14 octubre 1967 · 20 páginas
Uno, muy grande, se le ve a este doctor
Por Óscar Medina
Al señor Antonio Jutglar. Doctor en Historia y Profesor Adjunto de Historia General de España en la Universidad de Barcelona.
Señor mío: Acabo de leer su ensayo Mitología del capitalismo y me considero incluido entre aquellos que indica su dedicatoria: «A aquellos que piensan que también los no economistas pueden hablar de economía. A los que creen que la economía debe estar al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía. A los que creen y aman la libertad y la verdad.» Porque uno, lego en todo, es de los que creen que la economía debe estar al servicio del hombre, de los que creen y aman la libertad y la verdad.
Por ello, abusando de su exposición, yo le ruego me aclare a través de estas páginas —con la debida licencia del director—, en beneficio de la libertad y la verdad, de ese derecho a satisfacer el hambre de cultura del hombre, de cada hombre, de todo hombre, cómo se puede servir a la humanidad para acabar con la esclavitud del hombre al servicio de la economía; qué mitos hay que destruir y cómo hemos de destruirlos; porque uno que se consideraba un anticapitalista, y cuyos únicos bienes consisten en la prole, se ve, por arte de colaborar en ¿QUE PASA?, motejado de capitalista, o al menos a mí así me lo parece cuando dice: «Los bienes situados en el reparto del banquete mundial están empeñados, fundamentalmente, en mantener una peculiar y acomodaticia moral de situación que —al propio tiempo que se apoya en las pretendidas fuentes tcocratizantes en que beben hombres como Vervoerd, y en las que parecen creer comentaristas como Andrés Révesz y los redactores del «Cruzado Español», ¿QUÉ PASA?, «Juanpérez» y similares— justifican su actitud a través de un insultante principio de superioridad mental». Con los debidos respetos al aparcista Vervoerd, yo le aseguro que no tengo nada que ver con él. Me gustaría, sí, tener el «capitalismo cultural» de Andrés Révesz, aunque solo fuera para escribir un librito tan simpático como «El amor es un arte»; tampoco soy redactor de ninguna publicación; únicamente modesto colaborador —por benevolencia del Director— de ¿QUÉ PASA? Ahora, al saber por su libro que en este semanario se defiende al neocapitalismo, me he preguntado si inconscientemente así lo he hecho en alguno de mis artículos o si estoy, sin saberlo, haciendo el juego al enemigo número uno de la humanidad.
Cierto que cuando más adelante, al hacerse «Unas últimas reflexiones», dice: «Más triste es aún la panorámica cuando contemplamos —por otro lado— el mantenimiento, en ciertos sectores, de burdas, atávicas y repulsivas fobias, sostenidas por seres extraños que comen judíos erados y se meriendan masones, combinando en sus palabras y escritos toda clase de incongruencias y aberraciones. Desde la sociedad «John Birch» a papeles que pretenden explicar qué pasa (en cursiva en el texto, sic), una externa gama de reaccionaríamos ultra-aberrantes pulula contrastando con el optimismo despreocupado, externamente tolerante y abierto de los teóricos y prácticos del neocapitalismo; se trata de diversas organizaciones: O. A. S., «Reichs-Sozialistiche Deutsche Arbeíter-Partei», M. S. I.. «neomaccartystas» y «goldivaterianos» subsisten junto a los restos más anacrónicos de feudalismos y de sistemas de casta que podría parecer que hubieran sido barridos por el impacto de tantos años de revolución burguesa y de revolución industrial. Los xenófobos, antisemitas, obsesos antitodo, permanecen» me ha producido una sensación de tristeza. ¡Todo un Doctor en Historia que se deja llevar del impulso de acusaciones semejantes!... Yo te aseguro, profesor, que jamás he comido un judío crudo ni cocido, ni tampoco me he merendado un masón. Si acaso algunas judias con lacón, rociadas con buen caldo, y alguna vez lo he hecho mano a mano con un masón. No, no ora un grado 33, tan gordos no los he tratado; era simplemente un modesto funcionario que hubo de ingresar en una logia en Lisboa para poder conseguir trabajo, ¡fíjese bien, profesor!, para trabajar, para poder ganar el pan con su propio sudor. Al rey de Inglaterra, que dicen es gran maestre de la Orden, no te he tratado.
Lo que sí puedo añadirle es que la masonería estaba incluida en alguna ley penal especial y que la Iglesia Católica también la condenaba...
Cae usted en lo que acusa a Walter Lippman, al introducir en un cajón de sastre la extraña amalgama de papeles que pretenden explicar qué pasa con toda una gama de organizaciones mundiales. Yo le confieso mi ignorancia sobre la sociedad «John Birch» y el exclusivo conocimiento, por la prensa, de las organizaciones que cita.
Me gusta su obra, porque resulta que igual reconocemos y buscamos la solución por caminos distintos. Pero cuando usted afirma: «La lucha contra el totalitarismo y contra el materialismo del bloque soviético difícilmente puede ser comprendida y puede tener éxito si, tal como han señalado autores como Brinton o Galbraill, la sociedad opulenta, encerrada en su egoísmo, diviniza lo indiviuizabie y se encierra en un monstruoso materialismo, acompañado de un conservadlirismo a ultranza»; ¿no está usted haciendo sutilmente la apología del comunismo? Dice usted: «Cuando toda la propaganda de una civilización materialista y materializada se dirige a formar un ambiente de miedo al comunismo, al enemigo exterior, y a fomentar una fe en la seguridad y bondad del sistema que defiende a Dios y a la libertad, los excesos de los ultrarreaccionarios revisten un significado más apocalíptico o, por lo menos, más agónico.» «El cúmulo de contradicciones se concentra y radicaliza en el seno de una sociedad masificada, cuya inmensa mayoría de componentes está perdiendo —si es que ha llegado a tener alguna vez— el hábito de distinguir y de pensar.» ¡Vamos, señor profesor! ¿No nos ha dicho unas páginas antes que «mantenemos una moral de situación a través de un insultante principio de superioridad mental...?
Y uno quiere estar de acuerdo con usted en teoría sobre el neocapitalismo, se siente extrañado y condundido pese a toda la claridad que usted trata de verter en su obra, porque usted argumenta contra el capitalismo actual, pero a la vez ataca al nacional-socialismo alemán de demagogia socializante y de terrorista; ataca a publicaciones que tilda de neocapitalistas, cuando apenas pueden lanzar sus publicaciones a expensar de apoyo popular, acusa de comer judíos y merendar masones, cuando cualquiera sabe que el judaísmo es el dueño que maneja todos los hilos mundiales del dinero y la masonería está integrada con exclusión de la masa proletaria. Y si el canibalismo no es defendible, sí parece que usted con ese ataque hace una defensa de la masonería y del judaísmo, lo que no se corresponde muy bien con sus ataques al neocapitalismo, impulsado precisamente desde países en que la Banca Judía y la masonería manejan todas las alineaciones habidas y por haber.
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