
¿Qué pasa? Semanario independiente
año 4, número 183 · Madrid, 1 julio 1967 · 24 páginas
Catolicismo y comunismo: "sociedad solidaria"
Por A. Roig
Los comunistas franceses no se recatan de su simpatía y solidaridad hacia todo cuanto se refiere al progresismo católico. Recientemente L’Humanité, en su sección «Los libros y la política», ha publicado un artículo de su comentarista literario-religioso André Moine, titulado «La enfermedad del crecimiento de los católicos franceses». El articulista considera a buena parte de los católicos franceses ganados al «campo de la dialéctica», por cuanto ponen de relieve su cada vez más acusado espíritu critico y —habiéndola provocado primeramente— reconocen la existencia de una crisis y unos enfrentamientos entre los católicos que ha desembocado a una «guerra interna». Tan profundo malestar —cuya realidad satisface al diario comunista francés— alcanza a todos los niveles. No se trata de discrepancias sobre determinados aspectos de la doctrina, la liturgia o la pastoral, sino que éstas adquieren una amplitud extensiva al conjunto de las creencias y prácticas religiosas hasta el extremo de que el conjunto de todas ellas constituye una doctrina radicalmente opuesta a lo que hasta hace poco eran doctrinas inconmovibles del catolicismo. Quienes se mantienen consecuentes a ellas están encasillados entre el «catolicismo reaccionario e inmovilista».
El articulista formula un detenido análisis, tras el cual demuestra cómo por causa de la acción del progresismo (dominante en todos los niveles) se ha conseguido un cambio de mentalidad en el catolicismo francés. En materia política, si los católicos eran antaño atraídos por el nacionalismo o la derecha demócrata-liberal, hoy se inclinan decididamente, fraternalmente, desde un centro-izquierda hacia la extrema-izquierda y el marxismo. Por lo que se refiere a la misma institución de la Iglesia, el «cambio de mentalidad» es extensivo a su concepto de la autoridad, misión de la Jerarquía, el matrimonio de los sacerdotes, los contactos que han hecho posible el permanente diálogo con los marxistas, el indiferentismo «ecumenista», etc. Con respecto a la Liturgia y la Pastoral, se pone de manifiesto la práctica supresión del latín y lo que ello significa, el concepto de los Sacramentos, del Bautismo de los niños, del culto mariano y sus devociones (rosario, novenas, etc.), las procesiones, las peregrinaciones, la confesión, las vocaciones. Se ha hecho extensiva la «metanoia» a la doctrina y sus consiguientes problemas de la resurrección de Cristo, la realidad de Cristo en la Eucaristia, de la Virgen y los ángeles, de la existencia del infierno, el concepto del pecado original, de la salvación personal, del principio de la colaboración de clases.
Este «cambio de mentalidad» tan radical en gran parte del «catolicismo» francés sufre las mismas convulsiones que las habidas en los inicios de la revolución del proletariado: enfermedad infantil o crisis de crecimiento, crisis de mutación sociológico-doctrinal de los católicos de base, de estratos medios, y de la cúspide. Las tradiciones seculares, por suplantación ideológica, ceden el paso a la metamorfosis de un mundo en permanente mutación y lucha de clases. De todo ello se felicitan los comunistas, porque consideran que de la colaboración católico-marxista ha de nacer la nueva «sociedad solidaria». Y ello gracias al «aggiornamento», según proclaman con júbilo incontenible.
Predicciones acerca del catolicismo español
Desde «La Croix du Nord» ya se entonan cantos triunfales, porque, ¡al fin!, también España avanza rápidamente hacia una profunda renovación de la Iglesia, que según el «Espíritu del Concilio» debe dejar de ser «dominante», «triunfalista». Las asociaciones de Acción Católica, y otras que agrupan a los seglares, se mueven en un franco inconformismo, en un revisionismo constante; están en ebullición los Seminarios, se «renueva el concepto catequístico» con un más amplio «testimonio personal»..., «avanza pujante una nueva pedagogía, más propia de nuestro tiempo». En una palabra: que el progresismo —según «La Croix du Nord»— está ganando posiciones a ritmo vertiginoso. El cronista se pregunta cómo ello ha podido ser posible en tan poco tiempo.
Dicha publicación transcribe una encuesta de J. M. Pasquier que también trata de España, afirmando lo siguiente: «La Iglesia de España será en breve una de las más dinámicas»..., «en ella existe una pronunciada ouverture a gauche que permite poder entenderse mejor con los comunistas que con los catholiques de droite»... «El obediencialismo que acata todos los cambios y renovaciones está animado del mismo espíritu de disciplina, de acción unitaria, que el de los militantes comunistas»..., «los cursos mixtos en algunos seminarios también se impondrán en España como una necesidad; ello es absolutamente normal: es deprimente pensar que aún hay seminaristas que son ordenados sacerdotes a los veinticinco años sans avoir jamai sorti avec una ville de sa vie; esto debe revisarse»... «En liturgia, no se habla de transustanciación, pero aún quedan demasiados gestos que mueven a risa»..., «si la Iglesia impulsa a los suyos hacia la lucha social para formar un futuro socialista, y no se la puede acusar de «paternalista», pues ha adoptado una actitud comprometida cara al futuro»...; «la experiencia de los sacerdotes obreros resultó positiva, porque desde que se mezclaron con las masas se han inclinado gradualmente hacia el marxismo»...
Este es el provenir que para el catolicismo de España ha profetizado La Croix du Nord.
Cabe suponer que la Jerarquía y el poder civil estarán en España debidamente prevenidos. Lo contrario sería suicida.
Obediencia a Dios y a la Iglesia, bueno; pero ¿al Hombre y al Mundo?
Mientras un sector de fieles pontífices de la sedicente «renovación de la Iglesia», para «adaptarla al mundo de hoy» y a los «hombre de nuestro tiempo», auspiciados por la gran mayoría de la Jerarquía, con pretexto de «seguir la línea conciliar», haciendo juegos malabares con las declaraciones y resoluciones del Concilio Vaticano II —en cuya inauguración fue solemnemente declarado su propósito «pastoral», sin definir dogmas, sin puntualizaciones de doctrinas, sin propósito de castigar ni reprimir— con resultados de enfrentamiento práctico a casi dos mil años de Magisterio de la Iglesia (pues está es la estricta realidad progresismo y a esto conduce el «diálogo permanente») imponiendo a los fieles la violencia moral de un «obedientialisme» ilegitimo; son muchos los fieles de Suiza, Francia, Bélgica, Luxemburgo, que han considerado si es licita la obediencia a estos pastores entregados al servicio del progresismo religioso y su consecuencia de incondicional entrega a la filosofía de la revolución.
La doctrina del Evangelio es clara; la Teología católica (basada en Santo Tomás, y antes en los Padres de la Iglesia) no da lugar a dudas; la Filosofía cristiana señala cuáles son las actitudes que en el orden temporal ha de seguir un católico.
Luego una actitud lógica en todo creyente es obedecer primeramente a Dios; después a nuestra Iglesia y su magisterio consecuente; luego, en tanto cuanto siga fiel a los principios precitados, debe obedecerse a la Jerarquía. Pero en ningún caso esta obediencia es debida cuando los Pastores, con su culto a la dignidad de la persona humana, a la inmersión en el mundo, a la democracia como sustituto del cristianismo, al «testimonio temporal» de acción «renovadora de las estructuras», marginando o contradiciendo al Evangelio y al Magisterio eclesiástico de dos mil años y, por lo tanto, a la Iglesia de todos los tiempos. Un «obediencialismo» que nos ponga en contradicción con el Magisterio Pontificio anterior al Concilio Vaticano II y nos presente a éste como en contradicción al Concilio de Trento y al Vaticano I, debe ser rechazado. Porque convertir a los fieles al progresismo por obediencia, es a todas luces intolerable. Desgraciadamente, en nuestros días, el resultado práctico de la situación actual es la existencia de dos religiones distintas en el interior de la Iglesia católica. Una, fundada en la trascendencia de Dios; la otra, rindiendo culto al hombre y acomodándose al mundo y al sentido de la historia. Ante una situación semejante sólo es licito obedecer cuanto signifique continuidad, debiendo rechazarse cuanto implique un cambio de religión.
Queda ahora por ver cuánto tiempo las estructuras de la Iglesia católica podrán soportar a estas dos distintas —una, verdadera y permanente; la otra, cambiante y falsa— divinidades. Entre tanto, es lógico que un notable sector de los fieles que perseveran en la doctrina católica y su permanente e inalterable magisterio pontificio rehúsen someterse al «obediencialismo» que les enfrenta con sus sentimientos patrióticos, les sitúa en actitud desintegradora y, finalmente, les coloque en la línea de alianza con la revolución y el marxismo. Es muy lógico que rehusando el «obediencialismo» a una religión distinta de la católica, aunque lleve su etiqueta, se decidan a advertir que hasta aquí hemos soportado, pero que de aquí no pasamos. Obediencia a la ortodoxia, si: «obediencialismo» progresista, jamás. Lo impide la integridad de nuestra fe.
Toulouse, junio 1967.