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Mundo Obrero, Órgano del comité central del PCE

año 42, número 6 · 14 marzo 1972 · 8 páginas

Órgano del comité central del PCE

 

La unidad de los revolucionarios marxistas en el Partido Comunista

El Partido Comunista trabaja por una nueva unidad que agrupe en la lucha contra el imperialismo al conjunto de Partidos Comunistas y países socialistas, por encima de las diferencias que puedan existir entre ellos. Ese es el sentido de nuestras iniciativas en el terreno internacional. Pero éstas se hallan estrechamente ligadas a nuestra orientación en el terreno nacional, uno de cuyos objetivos es unir en las filas de nuestro Partido a todos los revolucionarios, a todos los auténticos marxistas leninistas.

Esta unión tiene que hacerse sobre una base: el programa del Partido. El VI Congreso aprobó uno que reuniones posteriores han, en la práctica, modificado y desarrollado en diversos aspectos. Es el conjunto de ideas y postulados que componen hoy la orientación fundamental del Partido, y que habrá que resumir en un documento único, el terreno para la unión voluntaria en nuestras filas de todos los partidarios del socialismo revolucionario. Ello no significa que vayamos a exigir de los hombres que adhieren al Partido el conocimiento previo de lo que es el marxismo leninismo; es en nuestras filas donde la mayoría de ellos tiene que adquirir ese conocimiento. Significa sólo que para militar en nuestras filas hace falta un consenso concreto sobre el programa, sobre la orientación general del Partido y un acuerdo con sus reglas de organización. No se puede militar en el Partido si no se está de acuerdo con sus objetivos socialistas, si no se acepta el principio de la subordinación de la minoría a la mayoría, el principio de que el Partido es una unidad de voluntad y de acción.

Ello no significa que en nuestro Partido todos los militantes enjuicien de igual modo cuantos acontecimientos se producen, que no haya lucha de ideas, discusión. La lucha de ideas, la discusión podrán ser tanto más vivas, cuanto más firme sea el espíritu de Partido de los militantes. El espíritu de Partido no es una vana palabra ni un voto de obediencia. El espíritu del Partido significa la identificación con los objetivos fundamentales de éste, la comprensión de su necesidad y la conciencia de que la lucha de ideas en su interior, la discusión, tienen un ámbito y no deben nunca obstaculizar la acción revolucionaria, sino servirla. Es decir que hay el momento de la discusión y el momento de la lucha. En el momento de la discusión caben todas las opiniones. En el momento de la lucha se combate por aplicar una decisión, un linea, adoptada por mayoría. Además, en un Partido revolucionario, sobre todo si lucha en la ilegalidad, hay coyunturas en que los órganos dirigentes, autorizados para ello, pueden verse obligados a tomar un viraje, una decisión que no ha sido previamente examinada por todo el Partido, que no ha habido tiempo ni oportunidad de discutir por todos los militantes. La lucha política revolucionaria exige a veces decisiones rápidas, que no pueden demorarse, en las que juega el efecto de sorpresa. Los órganos superiores toman esas decisiones y el Partido debe aplicarlas, a reserva de discutir y de aprobar o desaprobar tales decisiones.

En ese sentido es indudable que el hombre o mujer que se adhiere al Partido enajena en favor de éste una parte de su independencia individual. Todo compromiso con un Partido político, y más aún con un Partido que se propone hacer la revolución, encierra esa necesidad. Quien no está dispuesto a admitirla, quien no está dispuesto a fundirse con un colectivo político combatiente, a hacer cierto sacrificio de lo individual a lo colectivo, no ha comprendido todavía que las revolucienes las hacen, no los individuos, sino las fuerzas de masa; no ha comprendido el papel del intelectual colectivo del que hablaba Gramsci.

Ello no excluye que haya dominios en donde la lucha de ideas, la discusión no puede cerrarse con una decisión puramente política. Por un lado porque la discusión en esos dominios no afecta directamente a la acción política inmediata; por otro, porque son dominios en que la dirección política debe abstenerse de zanjar ligeramente. Nos referimos, por poner un ejemplo, a los problemas del desarrollo de la teoría, de las implicaciones sobre ésta de los nuevos conocimientos científicos; a la interpretación de las experiencias históricas del movimiento revolucionario; a los problemas del desarrollo y crecimiento de la cultura. Hay un nivel de la elaboración teórica que debe estar permanentemente abierto a la discusión, y del que el Partido debe ir extrayendo metódicamente armas para su lucha política. Ese nivel tiene su lugar dentro del Partido si no queremos que se nos escape y se desenvuelva fuera y al margen de nosotros. Lo que no significa que las organizaciones regulares, que agrupen a los militantes para la lucha, sean permanentemente la arena de esa discusión; para ella deben existir y funcionar otros órganos, y las organizaciones regulares deben ocuparse colectivamente de esas cuestiones en cada momento en que se trata de integrar un logro teórico, ya establecido, a la acción política diaria: en el punto en que un problema de ese género ha sido debatido y llega el instante de tomar una opción que permita al Partido asimilarlo e integrarle a la acción, o desecharlo.

Hoy, en la vida, hay otros problemas que no deberían ser objeto de conflicto en nuestras filas. Nos referimos a los fenómenos revolucionarios en otros países. Y aclaramos bien: no se trata de que esos fenómenos no influyan en nuestro pensamiento, no estén en nuestra discusión. Se trata de que aprendamos a abordarlos sin conflictos, sin antagonismos. De que cada revolución que se produce fuera de nuestras fronteras no divida, sino fortalezca las fuerzas revolucionarias de nuestro país. De la gan Revolución socialista de octubre nuestro Partido extrajo enseñanzas decisivas, a tal punto que esa Revolución inspiró a los fundadores del Partido Comunista, Hay por lo menos una generación, si no dos, de militantes comunistas que estamos profundamente marcados por esa experiencia primordial. La Revolución china, a su vez, ha marcado a una generación posterior. En cierto modo, la Revolución cubana ha tenido efectos semejantes sobre la siguiente. Y la más reciente está bajo la influencia de la admirable lucha revolucionaría del pueblo de Vietnam.

En su conjunto, el Partido aprende de todas esas revoluciones, de todas las experiencias de los demás pueblos. Se compromete con la defensa de todas esas revoluciones. Ello no obsta para que generacionalmente sus miembros estén más marcados por una o por otra, sean más sensibles a los ecos de una u otra. La cuestión reside en que ello no debería ser origen de ningún conflicto; que buscando aprender de todas ellas, colectivamente, no haya intolerancia hacia ninguna simpatía especialmente marcada por una o por otra.

La unidad del Partido Comunista debe realizarse no en torno a la adscripción hacia una u otra Revolución, sino al consenso sobre la vía que debemos seguir para llegar a realizar la Revolución socialista en nuestro país; a la valoración de las particularidades que puede revestir nuestra Revolución, teniendo en cuenta lo específico de nuestra situación y de la época.

Aquí sí que se precisa un esfuerzo de explicación, de esclarecimiento, de búsqueda de lo específico. Marx señalaba la tendencia de los revolucionarios a imitar a los personajes de las revoluciones del pasado. Hoy podría añadirse otro aspecto de esa misma tendencia: la inclinación a imitar a los personajes de otras revoluciones socialistas, a copiarlos. Pero cada Revolución tiene sus características propias y sus personajes propios. Y la solución no está en ningún mimetismo, sino en captar lo particular, lo concreto, lo específico; en ser nosotros mismos.

Ello entraña una gran lucha política e ideológica. En nuestro país nos encontramos con grupos que hablan de realizar inmediatamente la revolución socialista. En su existencia hay dos causas objetivas: una, que España necesita el socialismo, que el sistema del capital monopolista de Estado reclama un enterrador, que no puede ser, en definitiva, más que el socialismo; otra causa es el mimetismo, el reflejo en nuestro país de fenómenos de allende las fronteras, la copia de posiciones críticas y de postulaciones que no encajan con nuestra realidad concreta; que, en muchos aspectos, son una simple imitación.

Hay que reconocer, también, que estos grupos pueden surgir más fácilmente en lugares donde nuestras organizaciones, por razones diversas, muestran pasividad, falta de iniciativa y de combatividad, cansancio, y no se sitúan consecuentemente a la vanguardia de las masas.

Pero la diferencia esencial entre esos grupos, de cuya sinceridad, en general, no cabe dudar, y nuestro Partido —la diferencia que se muestra en la práctica— es que ellos, bajo el lema de concienciar, concentran su acción en una propaganda más o menos afortunada de las ideas del socialismo entre una minoría reducida. Mientras tanto el Partido Comunista, que lleva cincuenta años largos haciendo esa propaganda y actuando en la práctica —razón por la cual posee una influencia de masas tan amplia— no considera su misión fundamental a la hora presente la de propagar sino la de realizar, la de llevar al triunfo la Revolución socialista.

Por ello el Partido Comunista no se esfuerza tan sólo en movilizar a la vanguardia, en hablar a la vanguardia, que está ya ganada para las ideas socialistas, pero que aislada no puede llevarlas a la práctica. El Partido Comunista pone especial interés en despertar, elevar la conciencia de las grandes masas que aún no están decididas a luchar por la revolución. Y lo hace, siguiendo los principios marxistas, no sólo por la agitación política y la propaganda teórica, sino por el medio de la práctica. Las amplias masas comienzan a aprender en la acción, en su experiencia propia, más que a través de la propaganda impresa. Y para ello es obligado proponerles objetivos intermedios, capaces de movilizarles e impulsarles a los primeros pasos en la acción, en la que su conciencia revolucionaria irá formándose. Sólo cuando la vanguardia consigue izar a un nivel más elevado a las grandes masas es posible plantearse el objetivo del socialismo de forma directa y concreta. A esta exigencia va ligada también la necesidad de saber combinar las formas legales e ilegales del trabajo de masas.

El hecho de que nuestro Partido se plantee no ya sólo propagar sino hacer triunfar el socialismo es también la razón de su táctica compleja que contrasta con el simplismo de la de los grupos a que nos referimos. Esa táctica compleja comprende elementos como las etapas de la lucha por el socialismo, etapas por las que todas las revoluciones han pasado en unas u otras condiciones. Y de consiguiente los problemas de alianzas con otras clases, capas sociales y fuerzas políticas; los objetivos intermedios; la consideración de factores psicológicos e ideológicos influyentes entre las masas. Y también la necesidad de aislar al adversario principal, en cada momento, de restarle apoyos, de zapar sus cimientos.

El socialismo no es asunto de una élite, ni el poder de una élite; tiene que ser asunto de las grandes masas, el poder de las grandes masas trabajadoras, la solución para las zonas mayoritarias de la sociedad.

La unidad de los que se consideran sinceramente marxistas leninistas, de todos los socialistas revolucionarios en las filas de nuestro Partido se hará cada vez más sobre el esclarecimiento y comprensión de la compleja y concreta estrategia de la lucha por el socialismo en nuestro pais. Mientras tanto, en la polémica con los que discrepan con nosotros, los comunistas nos imponemos una norma: la defensa y explicación infatigable y firme de nuestras posiciones, junto con la buena fe al juzgar las actitudes de nuestros oponentes, y el respeto hacia la honestidad —mientras no se demuestre lo contrario— de sus posiciones, incluso cuando las criticamos por erróneas. Nos gustaría que se nos tratase de la misma forma. Que se eliminaran los insultos procaces, las falsificaciones maniqueístas de nuestras actitudes, la calumnia que tanto usan hoy algunos para combatirnos, la saña personal. Esos métodos de polémica no son revolucionarios, recuerdan demasiado las formas en que nos combaten los fascistas y repugnan a las masas trabajadoras que reconocen la firmeza, la consecuencia y el sacrificio del Partido en la defensa de sus intereses de clase y de sus ideales revolucionarios.

 
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