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Boletín de Prensa Comunista

n.° 492 · 16 agosto 1966 · 66 páginas

Oficina de enlace del Ministerio de Información y Turismo de España

 

Índice de materias

I. España

España en la prensa comunista, 2

II. Hechos y actividades
  Actividades del comunismo internacional

Recaudación de los comunistas italianos para financiar su prensa (L'Unitá, Roma), 8

  Política internacional

Telegrama de felicitación (Izvestia, Moscú, 26.7.1966), 9

Negociaciones económicas entre Argelia y la URSS (Izvestia, Moscú, 26.7.1966), 10

  Mundo soviético: la vida cotidiana

Hablemos con claridad (Pravda, Moscú, 26.7.1966), 11

Nota del CC del PC, del Presidium del Soviet Supremo y del Consejo de Ministros de la URSS (Izvestia, Moscú, 27.7.1966), 14

  Mundo soviético: la vida económica

Independencia comercial, actividad e iniciativa (Izvestia, Moscú, 23.7.1966), 17

  El comunismo en Europa

Cómo viven los jerarcas comunistas italianos, 24

IV. Comentarios

¿Qué sucede en Pekín? (Corrispondenza Socialista, Roma, n° 6, junio 1966), 33

¿En qué consiste hoy día la persecución en Checoeslovaquia? (Eglise Temoin, Zelem, n° 21), 44

¿Qué sucede en Pekín?

Corrispondenza Socialista
Roma,  
n° 6, junio 1966  

La sucesión para heredar el poder de Mao Tsé-tung se ha desencadenado en China con gran virulencia, mientras que el gran líder está todavía con vida pero aparece cada vez más raramente en público, confirmando de hecho los rumores de su enfermedad. Los colaboradores de Mao han anticipado los tiempos de la batalla por dos clases de motivos: quieren evitar que la sucesión se transforme en una ruptura con el pasado que comprometa la estabilidad del régimen, y por tanto pretenden presentarla como una operación llevada a cabo de acuerdo con Mao Tsé-tung y en nombre de Mao Tsé-tung; están obligados a anticipar los tiempos porque la situación interna china y la internacional empujan a decisiones inmediatas.

En la Unión Soviética la sucesión de Stalin tuvo su dramático comienzo con el “complot de los médicos”. Pocas semanas antes que el dictador desapareciese (de muerte natural o provocada, esto permanece en el misterio), toda la serie de especialistas de alto valor que tenía el encargo de vigilar las condiciones de salud de Stalin fue encarcelada bajo la acusación de tramar contra la vida del dictador y de haber intentado ya “liquidar” a los jefes del ejército rojo. La denuncia de un complot contra los generales más que contra cada uno de los dirigentes políticos, colocaba a las jerarquías militares en una posición de privilegio: si los verdaderos enemigos de los “contra-revolucionarios” eran Stalin y los jefes del ejército rojo, estos últimos eran por tanto sus más fieles discípulos.

Según algunos expertos en problemas comunistas (Isaac Deutscher entre éstos), se trató de un verdadero y propio complot de las jerarquías militares identificadas como “partido de la guerra” contra un “partido de la paz” al que se adhirieron, entre los consejeros de Stalin, los hombres que constituirían el primer triunvirato poststaliniano: Malenkov, Beria y Molotov. Se estaba en pleno conflicto de Corea y la tentación de comprometer a los americanos en una extenuante guerra en Asia entraba en los planes de este “Partido de la guerra”.

Los otros líderes, según esa interpretación, temían en cambio que una prolongación indefinida de las operaciones en Asia habría podido implicar a la Unión Soviética. Se trataba pues de terminar la partida, antes de que el riesgo se volviera demasiado grave, y no casualmente, después del cambio de la escuadra de médicos del Kremlin y la oportuna muerte del dictador, los solemnes funerales de Stalin sirvieron sobre todo para llevar a buen puerto las negociaciones ruso-chinas (con Chu En-lai) que dieron paso a las negociaciones para el armisticio en Corea.

Sobre los orígenes del conflicto coreano, las opiniones son dispares: Deutscher sostuvo (y quizá sostiene aún, no ha cambiado en efecto su versión original) que había sido Mao Tsé-tung quien lo provocó sin conocerlo Stalin. Quizá es más digna de crédito la tesis opuesta, incluso por sus vínculos mucho más estrechos entonces existentes en Corea septentrional entre los soviéticos y los comunistas locales: que el paso por las fuerzas del paralelo 38 fue ordenado por Stalin para comprometer a los americanos sin una directa intervención soviética en espera de una “crisis general” del capitalismo occidental, teorizada en Moscú según las conocidas fórmulas del dictador. Pero la guerra coreana demostró lo contrario. Que la economía de los EE.UU. no sólo asimilaba el esfuerzo bélico, sino –dijeron los soviéticos– sacaba ventaja del mismo (el “boom” del periodo coreano). Conclusión: era mejor terminar la partida y no hacerse ilusiones.

No nos alargaremos sobre las siguientes y ya ampliamente conocidas vicisitudes internas soviéticas: la progresiva ruptura del triunvirato, la derrota y muerte violenta de Beria, la subida al poder de Jruschov, la llamada “destalinización”, la caída de Jruschov. Aquello que interesa poner de relieve aquí es que los generales o el “partido de la guerra” a que ellos estaban ligados, no tuvieron posibilidad de concluir su operación. La realidad, las relaciones de fuerza internacionales no permitían aventuras militares y debió tomar bien cuenta de ello Jruschov a pesar de los “ultimátums” por Berlín y a pesar de la crisis de los misiles desencadenada en Cuba.

Algo análogo está sucediendo en China en este momento, mientras está en marcha el conflicto vietnamita. En torno a la cabecera de Mao se está llevando a cabo una lucha violenta entre un “partido de la guerra” y un “partido de la paz” chinos, difícilmente identificables, pero con sus hombres entre los más destacados del régimen. Las fuerzas armadas, también en este casco, están jugando un papel decisivo.

El primer caso de depuración en China inmediatamente después de la muerte de Stalin en Moscú fue el que llevó al suicidio (por lo menos según la versión oficial) al dirigente comunista de Manchuria Kao Kang, considerado como el verdadero hombre de confianza de Stalin en el Politburó chino. Fue acusado de complot antipartido y de “dogmatismo”, y se piensa que tuvo una parte decisiva en la organización del conflicto coreano, seguramente al organizar el cuerpo de expedicionarios “voluntarios” chinos a Corea. Según Mehnert, otro experto en problemas comunistas, se remontan a aquella época los contactos personales y de amistad entre Kao Kang y Peng Teh-huai, comandante de los “voluntarios” y después Ministro de defensa en Pekín.

Tenga razón o no Deutscher acerca de los orígenes del conflicto coreano, ha sido por lo general distinta la imputación a cargo de los dos personajes más importantes de la jerarquía china hasta ahora caídos en desgracia antes del “caso” Peng Chen. Kao Kang había sido acusado de “dogmatismo”, y quizá pagó los servicios prestados a Stalin en la época de la guerra de Corea. Peng Teh-huai, cuando en 1959 fue destituido del cargo de Ministro de Defensa, fue acusado de “revisionismo”. La única imputación común a los dos personajes (más evidente en el caso de Peng Teh-huai pero implícita en el “affaire” Kao Kang) fue la de haber sido ambos filo-soviéticos: Kao Kang en el periodo staliniano (“dogmatismo”), Peng Teh-huai en el periodo jruschoviano (“revisionismo”). Imputaciones diversas: pero un único patrón externo –que en el intervalo de tiempo había cambiado la política– la URSS.

Si el asunto de Kao Kang permanece muy oscuro, son numerosas las informaciones acerca de Peng Teh-huai. Reconstruyendo su posición desde el mosaico de medias verdades que se filtraban poco e poco acerca de la crisis de 1959, se ha podido establecer que el entonces ministro de defensa no quería la ruptura con Moscú, y sostenía la tesis del “paraguas nuclear” soviético, como protección militar de la China, aunque esta garantía debía pagarse a precio de un control de Moscú sobre Pekín.

Mao Tsé-tung y los demás líderes chinos han rehusado esta línea política y esta “sujeción”, y al romper con Moscú han denunciado (al aparecer la polémica pública) el “dominio atómico” soviético, preparando los planes para hacer de China una potencia nuclear.

La actual campaña de depuración, que ha abarcado a Peng Chen, tiene probablemente alguna relación con la línea de separación entre los chinos filo-rusos y los chinos anti-rusos (veremos dentro de qué términos). Pero la verdadera lucha perece desarrollarse en un plano diverso. Aparte de algunos problemas que pueden conducir a alternativas de tipo soviético, parece del todo improbable que exista en Pekín una corriente filo-soviética “tout court”. Puede existir una corriente favorable a la reconciliación con Moscú, de potencia a potencia, pero sin esperanza alguna para los soviéticos de reconstruir una “unidad de acción”. Esto vale aunque por instrumentalismo polémico la propaganda oficial de Pekín tiende a presentar como “agentes de Moscú” a los diferentes grupos antipartido.

Existen analogías: la llamada “revolución cultural” afecta a los intelectuales, economistas, técnicos, los cuales reivindican una especie de “deshielo” chino, que va desde la libertad de investigación científica a la libre confrontación de opiniones, desde la revaloración del concepto de beneficio a correcciones radicales en la política del “gran juego”, para terminar en una plataforma de “evolución pacífica” de la sociedad (en el interior y hacia el exterior), con slogan y palabras de orden que recuerdan una cierta fraseología de tipo revisionista soviético. Pero estas reivindicaciones de los revisionistas chinos no invocan a la experiencia jruschoviana o de los sucesores de Jruschov (sino en casos estrictamente limitados), y frecuentemente se expresan bajo formas de reclamo a la política maoísta de las “cien flores”, la fase llamada liberalizadora del régimen, anterior a la creación de las Comunas y al “gran impulso” económico.

Lo que asusta a los maoístas y que se denuncia como reclamo farisaico al “pensamiento” de Mao Tsé-tung por parte de la oposición, es precisamente el hecho de que los revisionistas chinos parten de una plataforma más avanzada de cualquier fase de la “destalinización” soviética (aunque aquella plataforma –el periodo de las “cien flores”– tuvo una vida breve e ilusoria). Y esta es precisamente la fuerza del revisionismo chino: ser una manifestación nacional con orígenes propios y no reducirse a una repetición de experiencias externas (como algunos países de Europa Oriental que mecánicamente han copiado cualquier “cambio” moscovita). La propaganda oficial, al pintar como “jruschoviana” semejantes tendencias se expone al ridículo porque corta las raíces a la misma fórmula maoísta de las “cien flores”, fórmula por la que continúan luchando los intelectuales más avanzados: como ha demostrado una reciente reunión de Partido en el seno de la Academia de Ciencias de Pekín, donde los enviados del aparato han escuchado que se les oponía la tesis de las “cien flores” y de las “cien escuelas” en plena campaña antirevisionista.

Es creíble en cambio, que los revisionistas chinos e incluso los miembros destacados del Partido a alto nivel no estén de acuerdo al definir la caída de Jruschov como un hecho que nada ha cambiado en la Unión Soviética, y que por tanto en Moscú no exista más que el “jruschovismo sin Jruschov”. En parte este “slogan” no es infundado (como dirección general actual de la política soviética), pero evidentemente alguno en Pekín puede objetar que la salida de escena de un personaje como Jruschov, que había hecho radical y extrema la polémica antichina, tenga sus consecuencias, o no hubiera tenido consecuencias con una política más comprensible por parte china. Quizá dentro de estos límites se puede hablar de tendencias vagamente “filosoviéticas”, y de no exasperación de la polémica en relación con los sucesores de Jruschov.

Los verdaderos contrastes como quiera que sea no son reducibles a una simple alternativa en pro o contra Moscú (aquí aparece fuera de discusión: “contra”). El verdadero dilema de los chinos es cómo sobrevivir y salir de una condición de aislamiento internacional y de subsiguiente agravamiento de la crisis interna nacida durante los años del “gran impulso”. Y para sobrevivir y salir de esa condición, es esencial para los chinos evitar un conflicto con los EE.UU. Esta es la principal alternativa que no permite un aplazamiento, porque la ampliación de una “escalation” en Vietnam puede afectar a China. Por esto se habla, anteriormente, de un “Partido de guerra” y de un “Partido de paz”, activos en China en este periodo, dentro del cuadro de un planteamiento ideológico extremadamente rígido y dogmáticamente dirigido al principio de la “inevitabilidad” de las guerras. ¿Pero de qué guerras? De las otras, no de los chinos, lo que se ha comprendido ya con suficiente claridad.

Se hablaba de papel decisivo de las fuerzas armadas en este rompimiento. Precisamente en el campo militar han estallado por primera vez las polémicas entre extremistas y realistas, y después han abarcado a todo el Partido comunista chino. El brazo de hierro entre los posibles herederos de Mao ha llegado a todo esto.

Después de la destitución de Peng Teh-huai, el Ministerio de Defensa fue asumido por Lin Piao, y en la reorganización de los altos mandos el cargo de Jefe de Estado Mayor fue confiado a Lo Jui-ching, hasta entonces inspector de la policía política. Al parecer Lo Jui-ching había depurado no solo las filas del ejército y seleccionado los comandantes, sino que había creado una estructura organizativa bajo su dependencia personal (aprovechándose entre otras cosas de un periodo de enfermedad de Lin Piao). El pasado año Lin Piao ha vuelto a tomar las riendas con una decisión radical: la abolición de los grados militares (establecidos diez años antes, en 1955, por Peng Teh-huai), restableciendo una tradición del ejército chino del periodo de la guerrilla, cuando los militares no tenían una complicada jerarquía, sino que se dividían en comandantes y soldados rasos, aunque a diversos niveles, con particular prestigio para los comisarios políticos. El golpe fue grave para la jerarquía creada por Lo Jui-ching. Pero no se trataba solamente de rivalidades personales y de control del ejército.

El Jefe de Estado Mayor en el mismo periodo escribió un artículo extremista en el órgano de las fuerzas armadas en el que pronosticaba una guerra atómica con los EE.UU. Lin Piao en septiembre reaccionaba con el conocido “Manifiesto” sobre los guerras revolucionarias populares concebidas como una rebelión mundial de los países subdesarrollados (los “campos” contra las “ciudades”), pero a nivel de guerrilla, no de choque frontal, y mucho menos de choque frontal atómico. A partir de aquel momento Lo Jui-ching desapareció de la circulación, y muy pronto le veremos clasificado entre los antipartido.

La posición de Lin Piao era en el fondo prudencial, y respetaba los sagrados textos maoístas. Hoy Lin Piao es definido como “la caja de resonancia” para la correcta interpretación del “pensamiento” de Mao Tsé-tung. En la práctica se le reconoce como el “número dos” del régimen. Y ha sido Lin Piao quien ha desencadenado la fase final de la “revolución cultural” que –alguno lo ignora– fue lanzada precisamente por Peng Chen en 1964, con una violenta filípica contra los intelectuales y revisionistas.

Más allá de las ideologías, en definitiva, emergen los intereses estatales chinos “no verse mezclados en un conflicto frontal con América”, y emerge la lucha de sucesión.

La lucha es tan violenta que el “Diario del Ejército de Liberación” (órgano de Lin Piao) ha entrado en polémica directa con el “Diario del Pueblo” (órgano oficial del Partido), cuyo director, Teng Tue, ha sido destituido como jefe de uno de los grupos antipartido (juntamente con él han sido atacados el teniente de alcalde de Pekín, Vu Han, y otro miembro destacado del Partido en la capital, Liao Mo-sha). Finalmente, ha “saltado” Peng Chen, alcalde de Pekín, Primer secretario de la organización comunista de la capital, miembro del Politburó y de la secretaría general del Partido.

Peng Chen no ha sido todavía definido (mientras escribimos) como un “revisionista de derecha”, y se ha sabido solamente (de forma indirecta, es decir, a continuación de la reorganización del Partido en Pekín) que había perdido el cargo de Secretario comunista por la capital. Su caída en desgracia es por tanto evidente. ¿Pero por qué ha caído? Las suposiciones son dispares: se dice que defendió a los revisionistas, después de haberles atacado duramente, creyendo montarse en el caballo vencedor con vistas a la sucesión de Mao; se dice que si Peng Chen era un “duro”, se encuentran siempre comunistas todavía más “duros” y más intransigentes; se admite generalmente, en todo caso, que Peng Chen era un extremista, y a lo más, puede ser acusado de “desviación de derechas”, solamente por no haber ordenado a los comunistas indonesios (habiendo sido el último en “inspeccionarlos” en Yakarta) levantarse en masa contra los generales que estaban preparando su golpe de Estado después de la abortada insurrección del pequeño grupo militar de izquierda guiado por el coronel Untung.

No podemos saber si Peng Chen ha “cambiado de chaqueta” apuntando a los revisionistas. Todo es posible. El personaje en cuestión era por tanto el directo colaborador del secretario general del Partido, Teng Hsiao-ping, el más extremista de los dirigentes chinos, jefe del aparato.

Las hipótesis de la prensa internacional sobre el caso de Peng Chen son muchas y controvertidas. Según algunos, el verdadero punto de mira de la depuración es el grupo moderado del Partido, y por tanto el Primer Ministro Chu En-lai (que ha rectificado a su tiempo los excesos del “gran impulso” económico lanzado por Mao, por el Jefe del Estado, Liu Shao-chi, y por el propio Teng Hsiao-ping): la caída en desgracia de Chu En-lai ha sido recogida, como hipótesis plausible y automática por el comentarista de cuestiones comunistas del “Guardian” británico, Victor Zorza; otros sostienen que existe una alianza transitoria, y puramente personal, entre Lin Piao, Chu En-lai y Teng Hsiao-ping, es decir entre el perfecto maoísta, el moderado y el extremista, con perjuicio de una posible corriente, y quizá con perjuicio de Liu Shao-chi, heredero presunto, al ocupar el cargo de Presidente de la República dejado vacante por Mao desde 1959; existe finalmente la tesis de una alianza provisional de todos los máximos líderes contra Peng Chen, que al controlar Pekín controlaba el corazón de China.

Los primeros puestos de la jerarquía china al quitar del medio las figuras honorarias (como el viejo Chu Teh) o el economista Chen Yu (que desapareció en la época del “gran impulso”, a la que se oponía, para reaparecer durante las “correcciones” confiadas a Chu En-lai) o el ministro de Asuntos Exteriores Chen Yi, que a lo más puede aspirar a la dirección del Gobierno pero no del Partido son, por orden:

1) Mao Tsé-tung, Presidente del Partido;

2) Liu Shao-chi, Vicepresidente del Partido y Jefe del Estado;

3) Chu En-lai, Vicepresidente del Partido y Jefe del Gobierno;

4) Lin Piao, Vicepresidente del Partido y Ministro de Defensa;

5) Tens Hsiao-ping, Secretario General del Partido (Jefe del aparato);

6) Peng Chen, segundo en la Secretaría general (y ya fuera de juego para la sucesión).

Ahora la lucha, aparte las posiciones que pueden ser conquistadas por Chen Yi (o por Chen Yun) si prevalecieran los moderados, para siempre bajo las órdenes de Chu En-lai), está circunscrita a la rosa de nombres que va desde Liu Shiao-chi a Teng Hsiao-ping (considerados ambos extremistas, sobre todo el último). Las relaciones y las alianzas entre estos personajes serán determinantes. Chu En-lai corre el riesgo, efectivamente, de verse aplastado entre los “duros”, pero en este momento su adversario potencial, Peng Chen, ha caído a su izquierda. El papel de Lin Piao, que según algunos asume una posición “centrista”, y según otros extremista, es en todo caso decisivo; y Lin Piao al ser también el más joven de los concurrentes a la sucesión (57 años) tiene todas las cartas para desbancar a cualquier adversario, incluso al temible jefe del aparato.

Lin Piao ha conquistado puntos al llevar al paroxismo la deificación de Mao Tsé-tung, hasta hacerse reconocer, decíamos, como “caja de resonancia” para la interpretación de los sagrados textos. Una victoria de Lin Piao, en alianza con los extremistas, acentuaría la militarización del comunismo chino; en alianza con los moderados (hay que reconocer que Lin Piao fue alumno de Chu En-lai en la Academia Militar de Whampoa, antes aún de ser el oficial predilecto de Mao), podría representar una fase prudencial del régimen chino; su victoria como jefe de las fuerzas armadas y contra todos los concurrentes, podría en cambio llevar a una especie de bonapartismo chino.

El futuro es imprevisible. No cuentan solamente las posiciones políticas, a menudo mudables, sino las relaciones de grupo y de personas. La única cosa que se puede decir con una cierta aproximación, en este momento, es que Lin Piao se ha convertido en el hombre de vanguardia de la lucha por la sucesión: por sí mismo o por el peso masivo que su elección determinará a favor de la corriente extremista o de la corriente moderada.

El aire que se respira actualmente en Pekín es de relativa moderación por lo que respecta al riesgo de una guerra directa con América; pero de intransigente fanatismo por lo que respecta a la lucha en el plano ideológico. El fanatismo, el obsesionante martillar sobre el “pensamiento” maoísta, son síntomas de debilidad: los herederos quieren una investidura casi sacra para que su poder no sea puesto en discusión y el traspaso tenga carácter de absoluta continuidad. Los problemas reales de China no permitirán, no obstante, con toda probabilidad, colocar en el altar una nueva jerarquía indiscutible: las disensiones han estallado ya, y continuarán fraccionando al grupo dirigente.

S.B./mrt.  

(páginas 33-43.)

 
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